miércoles, 16 de noviembre de 2011

LIMA–CALANGO EN BICICLETA, 13/11/11

"Por las rutas de la manzana Delicia”

“El Sur es una playa fantástica,

el Sol siempre se queda en el Sur,

la Luna es una lámpara mágica,

camino, cami, cami, camino del Sur”

¡Nuestras cletas son lo máximo!, nos llevan por lugares impensados donde pocos se atreven a ir, esta vez enrumbamos pedales hacia el Sur.

Cerca de las 8am iniciamos nuestra jornada, seis pedaleros nos juntamos en la salida Sur de Lima y nos fuimos rodando hasta el kilómetro 75 de la Panamericana Sur, hasta allí todo fue un discurrir tranquilo, recorriendo un pedacito del desierto costero en línea paralela a nuestro rebosante mar. Dos llantas pinchadas y algunas paradas de re agrupación fueron motivos suficientes para un breve retraso, pero nada insalvable en comparación con la canícula de verano que ya se vive en el Sur.
 
La Partida: Salida Sur (km 19.5 Panamericana Sur)
Algunos plátanos en Chilca compensaron la pérdida de minerales mientras que, más allá, unos helados de Higo se derretían raudamente en las manos de unos sedientos ciclistas.
Cerca de la 1pm, David, Carlos, Juan, Jorge, Iván y yo estábamos parados frente a un letrero que señalaba la ruta a Azpitia, habíamos llegado hasta aquí entrando por un desvío que se encuentra a la altura del puente San Andrés. Fue en dicho letrero donde se inicia realmente nuestra aventura, a 4km de allí quedaba Azpitia y a unos 20km más arriba estaba Calango, nuestro objetivo final.
Llegando a Chilca, km 62 de la Panamericana Sur.

 Buscando el acceso a Azpitia (altura Km 75 de la Panamericana Sur).
 Acceso a Azpitia.
La ruta a Azpitia está precedida por algunas haciendas y unos enjutos bosques de huarangos y eucaliptos, los cuales van a morir a un descampado de lomas desnudas que son la antesala de un paisaje suigéneris al cual sabiamente han denominado “El Balcón del Cielo”. Luego de trepar una cuesta y sortear con júbilo un pequeño descenso ya estábamos haciendo nuestra primera escala en el valle de Azpitia.
Camino a Azpitia.
La tienda de la familia Cuya, donde además venden cremoladas y alquilan bicicletas a 5 soles la hora, fue el lugar donde nos re hidratamos y comimos algo para soportar el hambre hasta Calango.
 Bodega de la Familia Cuya.
Mis amigos pensaron que primero tomaríamos la ruta hacia Mala para luego acceder a la carretera que lleva a Calango, sin embargo eso estaba lejos de la realidad, porque que mi propuesta había sido cruzar de Azpitia a Calango, en viaje directo, sin tener que pasar por Mala. El señor de las Cremoladas nos dijo que eso era imposible, pues no existía una ruta directa de Azpitia a Calango y que la trocha que penetraba por la margen derecha del río Mala terminaba tres kilómetros más arriba, no obstante, para NO matar nuestras ilusiones nos dijo que había un camino al nivel del Río que llevaba hasta un lugar por donde fácil podríamos cruzar hacia la margen izquierda y proseguir nuestro viaje a Calango, esta idea nos pareció genial, aunque algunos se quedaron preocupados al no saber cómo cruzarían el cauce del río. Al término de nuestra comida y fotos de recuerdo en la posada de los Cuya, un hombre llamado Efraín pasa con una bicicleta que parecía tener más años que él mismo, en eso el señor Cuya nos dijo que dicho hombre hacía  casi siempre la ruta Calango – Azpitia, ida y vuelta, ¡vaya, qué sorpresa!, venir a encontrarnos por estos lares con todo un ejemplo de Movilidad Sostenible, ¡éramos nada! al lado de aquel ciclista que a diario recorre 40km por caminos montañosos y que además sortea el cauce de un río. El señor de las cremoladas nos aconsejó seguir al tal Efraín, pues él nos mostraría la ruta a Calango. Pasados unos minutos, partimos en busca de Efraín, ya casi ni lo veíamos, es más lo perdimos, seguimos sus huellas pero jamás lo encontramos, era como si se lo hubiera tragado la tierra, lo bueno de todo es que ya sabíamos que había un camino pero no sabíamos exactamente por donde era, la primera trocha que tomamos culminó en la puerta de una lujosa  hacienda, muy cerca de allí encontramos un desvío no ciclable, lo cruzamos a tientas y al otro lado encontramos otra trocha que ascendía por una colina, en cuya curva más alta vislumbramos un largo camino, desde allí podía verse el valle en todo su esplendor, no había razón para preocuparse pues sabíamos que en la otra orilla del cauce estaba la trocha carrozable que llevaba a Calango, pero para llegar  hasta allá había que hacer un pequeño esfuerzo.

Buscando la Ruta a Calango, por la margen derecha del río Mala.
Seguimos aquella trocha hasta donde ya no hubo nada más para andar, el camino se acabó por completo, aunque en medio de los cerros se observaba una marca similar a la de una carretera, pero más tarde supimos que era un acueducto que alimentaba al pueblo de Santa Cruz de Flores. Ya sin carretera no nos quedó otra cosa que inventarnos un camino y nos fuimos en dirección al acantilado y a unos metros más arriba encontramos una hacienda, cuyos perros y pavos atolondrados nos dan una rápida bienvenida, luego un señor muy amable nos sale al encuentro y nos señala el camino de descenso hacia el río, nos da las instrucciones precisas de cómo bajar por el acantilado, tomar el sendero correcto que lleva a una acequia y luego otro camino que atraviesa una suerte de bosque de manzanos, plátanos y carrizos hasta dar con un claro de prado en la cercanía del río. 

Bajando hacia el cauce del río.
 En la parte baja del cauce del río Mala.
Mientras bajábamos el señor de los pavos nos atisbaba y con señas nos iba dirigiendo hacia el cauce del río. Para bienestar nuestro por esta época del año el caudal del río Mala es muy escaso, así que nadie tuvo que zambullirse en sus aguas para cruzarlo, un puente de eucalipto fue quien nos puso en la margen izquierda del río Mala, desde allí la hacienda del señor de los pavos apenas podía verse. Casi una hora nos tomó cruzar el cauce del río, quizás sin este ingrediente nuestro viaje hubiera sido aburrido, mis amigos quedaron satisfechos, sin embargo a veces noté que el espíritu aventurero de algunos parecía abandonarlos por momentos, sólo espero que aquello haya sido producto del estrés o el hambre y no por miedo (jaja), pues era ilógico pensar que estábamos perdidos cuando en frente teníamos el río y la carretera que nos podía llevar a Mala o Calango. Terminada esta pequeña aventurilla llegamos a un pueblo llamado Aymarás, que se encuentra ubicado casi a mitad del camino que lleva a Calango, esto significaba que habíamos ahorrado cerca de 15km al no pasar antes por Mala y le habíamos agregado a nuestro viaje una notable dosis de adrenalina.

Cruzando hacia la margen izquierda del río Mala.
El siguiente pueblo se llama San Juan de Correviento, a su salida hay un puente y a 3km del mismo está Calango, precedido por una lata gigante arrimada a un poste, en cuya inscripción se lee 20km, mensaje que, supongo, comunica la distancia total entre Mala y Calango. Unos metros más arriba, una pareja de esposos joviales, criadores de perros peruanos, nos da la bienvenida a esta apacible ciudad a la que llaman “Capital de la manzana Delicia”.

Camino a Calango.
 Plaza mayor de Calango, la "Capital de la manzana Delicia.
No tuvimos mucho tiempo para recorrer el pueblo, sólo lo necesario para tomar algunas fotografías, a las 5pm encontramos un restaurante, teníamos que comer muy rápido si queríamos descender en cleta hasta Mala, la mayoría se encontraba cansado, pues 100km a puro pedal no eran poca cosa, además no todos tenían luces y la noche se nos venía encima, así que tuvimos que cambiar la aventura de descender sobre el sillín de nuestras cletas por un inefable transporte a motor.



El descenso en combi fue superado tremendamente por una agradable conversa con su cobrador, Luis me habló sobre la fiesta de la manzana, la vendimia, la vida nocturna de Calango y de una ruta que lleva a un lugar llamado Viscas, situado en las entrañas de las montañas más altas de la región. Mientras él me hablaba yo iba tomando nota para una próxima excursión.



Finalmente a las 7pm llegamos a Mala y la foto del recuerdo no se hizo esperar.

Plaza mayor de Mala.
La ruta de exploración nos dejó grandes satisfacciones, nuestras bicicletas nos llevaron y nos sacaron de los lugares por donde fuimos… ¡Nuestras cletas son lo máximo!, sin ellas nuestras vidas serían inmutables.

Ver álbum de fotos aquí: Fotos de Calango

“Conoce el Perú primero y si es en cleta mejor.
Cuando viajes no arrojes tus desperdicios en cualquier parte, nuestra patria no es un basurero”

Atte.

Dúbert Díaz

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