martes, 29 de diciembre de 2009

REDESCUBRIENDO EL QHAPAQ ÑAN, SISICAYA-NIEVE NIEVE

REDESCUBRIENDO EL QHAPAQ ÑAN, DE SISICAYA A NIEVE NIEVE
Rodando por los caminos del Perú

Un 3 de diciembre de 2009 el profeta Carlos (ytodoapedal) había pensado en voz alta y dijo: “Y si vamos a recorrer el Camino Inca del Valle del Río Lurín?”… en eso, los puntos suspensivos cedieron al silencio y la comunidad virtual de ciclismo enmudeció por un momento casi eterno. Pese a la desbocada empresa que se había propuesto vuestro amigo, y al poco eco que tuvo su convocatoria, éste enrumbó pedales y se fue cortando el viento hacia el Este. A los pocos días comunicó sus resultados en una escueta crónica de dos líneas (poco habitual para lo que nos tiene acostumbrados) en la que concluía que sí era posible recorrer el Qhapaq Ñan (Camino Inca) de Sisicaya a Nieve Nieve o de Antioquía a Cieneguilla , sin embargo acotó “no la he recorrido toda, sólo hice un muestreo”.

Basado en su prolija investigación del Qhapaq Ñan del valle del Río Lurín y teniendo la espina clavada en el corazón, como un enamorado que es rechazado por su amada, el profeta Carlos volvió a hablar y, tal como lo hace un encantador de serpientes, logró seducir a más de un impetuoso ciclista que, despojado de su instinto de conservación, siempre busca rodar por caminos insólitos por los que fácilmente se logra coquetear con la muerte.

Fue así como, el 20 de diciembre de 2009, Gerson (KeniroBike), Juan, Víctor, Edgar, Daniel y yo decidimos voluntariamente acompañar a Carlos en esta gesta épica de redescubrimiento del Qhapaq Ñan.

En mi lento discurrir hacia la Molina Juan me dio el alcance a la altura de Musa, me saludó discretamente y cuando estuve a punto de devolverle el saludo su magro cuerpo desapareció sobre la etérea estela de sus llantas, que giraban a velocidad insospechada como impulsadas por los demonios pedaleros que se apoderan de él cuando se pone a bordo de su bicicleta.

Cerca de las 8am nos reunimos todos en un mercado cuyo nombre no recuerdo y de ahí partimos todos juntos hacia la avenida Las Palmeras que conduce a Cieneguilla.

Eran las 9.30am cuando arribamos a Río Seco, lugar por donde se accede a la trocha carrozable que conduce a Chontay, Nieve Nieve, Sisicaya y Antioquía. Demoramos un poco porque Daniel andaba a punto del colapso, pues nadie le había explicado bien en qué consistía la aventura, a él sólo le dijeron ¿quieres salir a cletar? y él había respondido ¡vao pe! y así lo engatusaron al pobre, sin embargo, poco a poco, se fue adaptando a nuestro ritmo. En río Seco nos topamos con unos jóvenes que iban a Sisicaya llevando juguetes y a hacer una chocolatada por navidad y como mostraron interés por lo que hacíamos les hablé de nuestra ruta, mientras que ellos auscultaban nuestras cletas apiñadas sobre las columnas de la bodega donde nos habíamos detenido. A tanto interés mostrado les regalé mis stickers para ponernos en contacto, aunque una de ellas ya lo hizo, aún no se ha animado a salir pues todavía no cuenta con el equipo necesario.

A las 10am empezamos a rodar por el escarpado camino que lleva a Antioquía, ruta que me trajo recuerdos desde la última vez en la que tuve que descender a oscuras apoyado por un vehículo que me alumbraba el camino. A los pocos minutos de retomar el viaje se va percibiendo claramente el cambio radical entre lo citadino y lo rural, el valle se va imponiendo y las copiosas montañas no dan tregua a nuestra mirada que se pierde en un parnaso de sensaciones indescriptibles a la que nos somete plácidamente la serranía del Perú. De pronto aparece Chontay, precedido por un desvío, aderezado con árboles frondosos, donde nos detuvimos a descansar y a esperar a los demás, Edgar y Juan habían sido los primeros en llegar. A estas alturas del camino Daniel ya se había resignado a seguirnos sin chistar, mientras que Víctor daba visos de experimentar su primer desasosiego por haberse enrolado en este grupo de ciclo-maníacos que pretendían pedalear por los estrechos y empinados caminos de los Incas.

A las 11.30am llegamos a Nieve Nieve, lugar donde recién empezaría la aventura. Si bien es cierto que el Qhapaq Ñan (camino Inca) inicialmente comenzaba en Pachacamac y recorría todo el valle del Río Lurín en dirección a Jauja, nosotros habíamos llegado hasta aquí tan sólo para averiguar cómo era el tramo de Sisicaya a Nieve Nieve, pues explorarlo en su totalidad a bordo de un velocípedo sería una empresa bastante descabellada, considerando que hay varios tramos que han sucumbido a la presencia del hombre moderno y al dinamismo del planeta. Para acceder al Qhapaq Ñan tuvimos que dirigirnos a Sisicaya, lugar cuyo epigrama: “Tierra de mitos y leyendas” deja bien en claro que no es un lugar para fiarse. Camino a Sisicaya nos detuvimos un momento y cuando ya casi todos estábamos reunidos, excepto Víctor, que ya no nos quería ni hablar, el profeta habló: “Vean, es el Qhapaq Ñan, en medio de esa montaña”, -¿dónde?, -¿dónde?, preguntaron los demás; yo apenas lo podía ver o quizá no quería verlo, pues no sabía cómo diablos iba a sortear semejante camino.

Mientras que todos hacían su mejor esfuerzo para identificar el sendero Inca, que se alzaba sobre un precipicio vertical que fácilmente superaba los 100m de altura, yo pude ver los rostros desencajados de Edgar y Víctor, absortos de ver tamaña pendiente, como queriendo escapar raudamente de la presencia de estos ciclo-suicidas cuyo instinto de conservación era apenas un misérrimo recuerdo en los anaqueles de sus confusas mentes. Pero no, no, no había nada más que hacer, arrepentirse ahora, a unos metros del Qhapaq Ñan, era algo que el profeta Carlos y su exegeta Gerson jamás nos lo perdonarían, así que como buenos niños retomamos la rodada a Sisicaya confiando en que todo saldría bien.

En Sisicaya iniciamos la búsqueda del acceso al Qhapaq Ñan, fuimos por el cementerio, pero el intento fue infructuoso, así que tuvimos que descender hasta un fundo llamado Santa Leocadia, donde una señora le dice a Carlos que es imposible acceder al Qhapaq Ñan, que es demasiado peligroso y que además la zona era propiedad privada, con todo este argumento tuvimos que buscar otro acceso, pero para mala suerte de todos mi llanta había pinchado así que en un gesto solidario todos se quedaron a esperarme a que yo reparara la avería. Más tarde sucedería lo mismo con Edgar, su llanta trasera quedó hecha una coladera, por lo que tuvimos que esperar aún más tiempo. Solucionado los problemas, descendimos hasta un lugar llamado Canturillas, en donde un señor casi nos ruega para que desistiéramos de nuestro intento de recorrer en bicicleta el camino Inca, alegó mil razones para desanimarnos, entre huaycos, bestias peligrosas y barrancos que te llevan a la muerte, sin embargo Carlos y Gerson lo convencieron para que nos dejara pasar diciéndole que sólo iríamos a ver y fotografiar el acceso y que pronto retornaríamos por el mismo lugar, ¡pobre señor!, aún seguirá esperándonos o tal vez se andará apretando el corazón de remordimiento por habernos concedido el permiso hacia la muerte. Tras unos minutos, luego de atravesar por unos matorrales, nos dimos con las faldas de una montaña abrumada de rocas de todo tamaño en aparente desorden natural, unos metros más arriba el Qhapaq Ñan se dejaba atisbar como un delgado hilo gris que iba tomando altura por los precipicios verticales que todos habíamos observado atónitos desde la quietud de la carretera. Entonces nuestros ánimos se enardecieron y nuestras vidas cobraron sentido, pues teníamos frente a nosotros el camino del gran señor. Ahora sólo había que franquearlo, pero la cosa no sería tan fácil ya que a menos de cien metros la huella de un huayco, con rocas de gran tamaño, intenta mermar nuestro entusiasmo, es en este punto donde Víctor y Edgar claudican y emprenden la retirada, mientras los demás, con la bicicleta al hombro, vamos sorteando una a una las rocas que se interponen a nuestro paso. Unos minutos más tarde empezamos a rodar por el Qhapaq Ñan, pero sólo por algunos tramos, pues hay varios segmentos que están interrumpidos por grandes piedras o han perecido al paso del tiempo. Sin embargo el solo hecho de recorrerlo, en cleta o a pie (cargando tu cleta), deja una tremenda satisfacción ya que se trata de un legado histórico de los antiguos habitantes del Perú.
Eran las 2pm cuando ya casi habíamos recorrido un tercio del Qhapaq Ñan, en eso una abrupta pendiente casi nos desalienta, sino fuera por Juan y Daniel que fueron a averiguar si había continuación del camino allá arriba el paseíto hubiera terminado aquí, sin embargo Daniel descendió como un ángel de aquel erecto acantilado trayendo la buena nueva para que Gerson, Carlos y yo continuáramos el ascenso, no obstante la mala suerte otra vez se cruzó por mi camino y mi llanta se desinfló, en eso el ángel Daniel se apiadó de mí y me prestó su cámara de repuesto e ipso facto me puse a cambiarla, al borde de un precipicio, a más de 100m de altura sobre la margen derecha del Río Lurín. Solucionado el impase, con mi cleta al hombro, trepé los casi 20m de aquel acantilado en cuya cima me esperaban el profeta, el exegeta, el ángel y el demonio. Una vez reunidos todos proseguimos caminando y otras veces rodando por los vericuetos desconocidos del Qhapaq Ñan, algunos tramos se presentaban majestuosos, como si el tiempo se hubiera detenido en una tarde en que los Incas llevaban a cabo tamañas proezas. Había que tener cuidado para no desbarrancarse, pues una mala pisada hubiera significado el último movimiento de nuestra insensata vida.
Cerca de dos horas nos tomó recorrer los 2.5km del Qhapaq Ñan que une Sisicaya con Nieve Nieve, es curioso pero dicho camino tiene un acceso justo hacia Nieve Nieve y se une a la carretera a escasos metros del restaurante Don César, donde almorzamos y descansamos a nuestras anchas.

Antes de las 4pm ya habíamos repuesto energías y como casi nadie tenía nada que hacer en lo que restaba del día, salvo Víctor, Edgar y Daniel que se marcharon después del almuerzo, los demás nos fuimos a hurgar los alrededores de Nieve Nieve, donde hallamos unas ruinas situadas en medio de dos elevaciones montañosas, en cuyas laderas se pueden observar unos cubículos similares a trincheras, que daban la impresión que desde allí se observaba algún espectáculo o se había librado alguna batalla. Además bajo la superficie del suelo existen galerías, muchas de las cuales están atiborradas de huesos humanos. Creo que nuestra visita por estas ruinas le dio el valor agregado a nuestro paseo por el Qhapaq Ñan, sobre todo porque vuestro amigo Juan encontró a su pareja, ya que se puso a coquetear con una calavera que le dio sajiro.

A las 5.15pm emprendimos la retirada. Adiós Nieve Nieve, adiós Chontay. A las 6.10pm ya estábamos de vuelta en el óvalo de Cieneguilla y luego de comprar algo para comer y beber nos lanzamos a escalar, a fuerza de puro pedal, el serpentín de Cieneguilla. 48 minutos nos tardó coronar la cima del serpentín, hasta llegar a la bodega Beni. Llegamos completamente a oscuras. Después de un par de galletas y una gaseosa fresca nos soltamos a rodar en “caída libre” por toda la avenida las Palmeras rumbo a nuestras casas. A las 9pm mi odómetro marcaba 125km de full aventura.

Finalmente lo anunciado por el profeta Carlos se cumplió tal cual como aparece en las sagradas escrituras de su libro Crónicas de un ciclista: "el Qhapaq Ñan de Sisicaya a Nieve nieve ¡EXISTE!", pero si aún te queda una neurona de cordura ¡NO VAYAS!, mejor dedícate al futbol y al tenis y así vivirás para siempre.
Amén.

Ver todas las fotos aquí: http://picasaweb.google.com/ciclotrebud/QhapaqNanDeSisicayaANieve201209#

jueves, 10 de diciembre de 2009

CASAPALCA-TICLIO-LIMA

CASAPALCA-TICLIO-LIMA
Rodando por los caminos del Perú

Aún recuerdo los días en que no tenía una bicicleta para ser completamente feliz, es increíble como este inocuo vehículo aún puede pervivir entre los innumerables juguetes posmodernos que seducen y amenazan con volver violentos a los jóvenes de hoy. No sé si el ciclismo será bueno para todos, pero lo es para mí. En el mundo en que vivimos hay cosas que debemos hacer “sí o sí” para ser considerados como “personas normales”, por ejemplo: ir al colegio, estudiar una carrera, trabajar, usar internet, vestirte adecuadamente, viajar en bus, jugar al futbol, comprarte un carro, casarte y tener hijos. Si te sales de este esquema probablemente la sociedad te condene y te tache de anormal, no obstante hay muchas personas que han transgredido dichos paradigmas y al igual que las demás han hallado la felicidad en sus peculiares modos de vida. Yo creo encontrarme del otro lado de la línea de lo “normal”, el ciclismo para mí es el método que uso para hallar las fórmulas que me permitan vivir en paz con mi entorno, la bicicleta para mí es el instrumento que me permite plantearme retos, para luego sacar provecho de mis éxitos y mis fracasos.

Un paseo en bicicleta, por más simple que sea, deja enormes satisfacciones siempre y cuando ames lo que haces. Si la ruta es compleja deja mayores satisfacciones aún porque te demuestras a ti mismo hasta dónde eres capaz de llegar, claro está que si te propones ir más lejos con tu bicicleta deberás prepararte con tiempo para minimizar los riesgos y asumir contratiempos con responsabilidad.

Después de la cicloaventura de Antioquía, Armando (Perú Riders) me propuso hacer la ruta La Oroya-Ticlio-Lima, cosa que me pareció genial, pues nunca antes había pedaleado de La Oroya a Ticlio, sin embargo, por asuntos que tienen que ver con la climatología del lugar, la ruta cambió a Casapalca-Ticlio-Lima, lo cual no estaba nada mal, toda vez que para mí significaba una gran oportunidad de trepar Ticlio en bicicleta.
Fue así como decidimos prepararnos para esta nueva aventura. Se tomaron todas las precauciones del caso, principalmente orientadas al mal de altura, a la lluvia y a la nevada que posiblemente cayera sobre el lugar.
A las 10.30am del 29 de noviembre de 2009, un bus proveniente de Lima se detiene en el desvío de Chinchan (km 118 de la carretera central, a 4300msnm), cerca del campamento minero Casapalca, a 14 km del Abra de Anticona, más conocido como Ticlio. De él se ve descender seis hombres que rápidamente se aprestan a extraer sus velocípedos de la bodega del bus y luego de revisarlos minuciosamente se disponen a proteger sus cuerpos del imperante frío. Treinta minutos más tarde Armando, Arturo, Julio, Omar, Edwar y Dúbert empiezan a rodar por las empinadas curvas de asfalto que atraviesan las colosales montañas de la cordillera central de los Andes.
A las 11.15am apenas los podía ver a la distancia, sin embargo aquello no era obstáculo para detenerme a observar el paisaje, filmar y tomar fotografías, por nada del mundo me perdería de ver el espectáculo natural que tenía frente a mis ojos, sabía que si no lograba coronar la cima del Anticona, ellos bajarían y regresaríamos todos juntos. Finalmente me quedé solo en la carretera, no sé cómo se fueron tan rápido, será que ¿acaso no les gustaba el paisaje? o será tal vez que mis llantas montañeras eran incompatibles con la ruta propuesta. Yo por mi parte rodé lentamente cuesta arriba y fui observando metro a metro las características de la ruta. A mí particularmente no me pareció tan complicado ascender los 14km de Casapalca a Ticlio, por un momento pensé que el soroche me afectaría, tal cual como me ocurrió cuando hice la ruta al nevado Rajuntay, pero esta vez mi cuerpo se adaptó muy bien a la altura y hasta mi frecuencia cardiorespiratoria se mantuvo dentro de límites compatibles con la vida. El ascenso se fue dando paulatinamente bordeando cerros color ocre y sorteando cascadas caprichosas de origen celestial. Sobre las cimas montañosas se podía apreciar un espectáculo de nubes como copos de algodón y en lo más alto del cenit un lienzo cóncavo, eternamente azul, mientras que en el nadir los pastizales de Ichu, como primer eslabón de la cadena alimenticia, nos recuerdan que en esta tierra de extremos la vida también es posible. Hacer un viaje en bicicleta por la puna significa todo un desafío, los principales factores limitantes son: el frío y la baja concentración de oxígeno en el ambiente, lo cual ha generado singulares adaptaciones en los organismos que allí viven, por ejemplo las vicuñas desarrollan una pelambre termoaislante y poseen 14 millones de glóbulos rojos por cada mililitro de sangre, asimismo los humanos que allí viven poseen la piel más gruesa y en su sangre tienen 11 millones de glóbulos rojos por cada mililitro, mientras sus congéneres de la costa llegan sólo a 5 millones de glóbulos rojos por cada mililitro de sangre. Considerando que los glóbulos rojos son pieza clave en la captación de oxígeno del ambiente, las personas de la costa estamos en desventaja, de allí que nuestro cuerpo experimenta una sensación de malestar conocida como soroche, debido a la baja oxigenación de nuestro cerebro, sin embargo millones de receptores sensoriales se activan simultáneamente y envían mensajes a nuestro sistema nervioso para que éste recobre la homeostasis, no obstante este proceso a veces no es tan rápido, razón por la cual algunas personas tardan más tiempo en reincorporarse.

Esta vez el soroche le afectó a Arturo, a quién encontré bastante desmejorado en el km 126 de la trepada a Ticlio. En el acto le di una pastilla y descansamos un momento para que el fármaco hiciera su trabajo, sin embargo no hubo mejora, Arturo seguía pálido, hablaba entrecortado y sus párpados parecían cerrarse, es así como decidió culminar la trepada en una camioneta que tuvo a bien llevárselo hasta Ticlio. Yo por mi parte decidí continuar pedaleando ya que sólo me faltaban 6km para coronar la cima del Anticona.
Mientras que Arturo se fue alejando yo retomé mi viaje en solitario, me entregué a la contemplación de las montañas y fui rodando lentamente entre el silencio y el abrupto sonido de un carro que me ponía al margen de la pista. Veinte minutos más tarde el cansancio me obliga a parar y siento que el calor generado por mis piernas ya casi no neutraliza el intenso frío de la puna, así que enseguida me puse en marcha otra vez.
Con el aliento entrecortado y el ánimo casi resuelto fui imprimiéndole fuerza a mi pedal, cada metro que avanzaba significaba una proeza para mí. Todo discurrió en completa calma hasta que el ambiente enrareció y menudas gotas de agua empezaron a caer.
Al principio la llovizna significó para mí un aderezo más de mi inédita aventura; un viaje bajo la lluvia, sobre dos ruedas, en medio de la puna y en solitario, era algo tan inusual que no podía maldecir. Sin embargo el fenómeno atmosférico empezó a arreciar y consideré que tenía que estar más alerta. Unos minutos más tarde el espectáculo de la naturaleza sería sólo para mí, el cielo se puso negro y empezó a llover a cántaros y unos finos cuerpos de nieve empezaron a caer, en ese momento me detuve, me abrigué aún más y empecé a registrar el momento con mi cámara pues era algo que no debía dejar pasar. Las gentes que viajaban en sus carros me observaban extrañados de verme parado allí solo, en medio de una tormenta, en medio de la puna, a 2km de Ticlio, con una bicicleta, filmando y tomando fotografías, “qué tipo para tan anormal”, seguramente habrán dicho. No faltó alguno que se ofreció a llevarme, pero yo respetuosamente le dije que no.

A la 1pm, luego de casi dos horas de pedaleo, recién pude atisbar el letrero verde que dice “Abra de Anticona”, altitud 4818msnm, al lado izquierdo de la carretera pude divisar a Julio, en el frontis del restaurante Yuli, registrando mi llegada a Ticlio con su cámara; al otro lado de la vía un niño que vende habas y maní tostados me sale al encuentro y me saluda con algarabía, lleva la cabeza cubierta por un gorro de lana y el cuello rodeado por una chalina rojo escarlata, sus mejillas están curtidas por el frío del Ande y su castellano dialectizado refleja que ha vivido allí durante toda su vida, ahora está un poco más grande y más fuerte, la primera vez que lo vi en el 2006, cuando bajé Ticlio por primera vez, era tan sólo un párvulo que apoyaba a su madre en la economía del hogar, ahora es todo un adolescente, con derecho a ser reconocido como el anfitrión de Ticlio, que corre con entusiasmo detrás de mi bicicleta mientras yo me empeño en cruzar el arco cuyo umbral posee la línea imaginaria que separa los departamentos de Lima y Junín. Al terminar de cruzar dicho arco claramente percibo que la carretera se inclina cuesta abajo, esto es señal de que ya he pasado Ticlio, lugar considerado (hasta el año 2007) como el cruce ferroviario más alto del mundo.

A la 1.15pm me reuní con todos en el restaurante Yuli, donde ingerimos algunos alimentos para entrar en calor, pues el frío, la lluvia y la nieve no cesaban aún. Arturo aún no mejoraba del todo, se le notaba frágil y descompuesto, todos los demás habíamos resistido bien la altura.

Ahora había que prepararse para hacer el descenso Ticlio-Lima, la cosa no sería nada fácil, las circunstancias eran completamente adversas. Cada uno usó sus mejores prendas para cubrir su cuerpo, habíamos ido preparados para hacer frente a semejante eventualidad. En pocos minutos todos quedamos transformados con los atuendos que habíamos llevado a tal punto que parecíamos chalanes con caballos de paso a punto de bailar Marinera bajo la lluvia serrana. A pesar de que el tiempo apremiaba pudimos tomarnos la foto de rigor bajo ese letrero que dice: Ticlio, lugar turístico, 4818msnm, mientras que Arturo, a punto de colapsar, todavía lograba farfullar moribundos mensajes apurando la partida.

A la 1.40pm Armando, Julio, Edwar y Arturo iniciaron el descenso mientras que yo me quedé a apoyar a Omar en la compostura de su bicicleta. Luego de aquello, Omar y yo zarpamos de Ticlio y en pocos minutos Omar desapareció entre las montañas y yo me quedé rezagado una vez más lidiando con el aguacero que me pegaba en el rostro. La cosa era bastante seria ahora, sentía que la adversidad me avasallaba por completo, el agua corría por la pista casi a la misma velocidad que yo y se metía inmisericordemente por todas las rendijas abiertas de mi inadecuada indumentaria. El frío terminó por petrificar mis manos y mis piernas, lo cual me obligó a bajarme de la bicicleta para hacer ejercicios de flexión y extensión antes que me diera hipotermia. Claramente sentía como el agua iba inundando la superficie de mi magro cuerpo, mis pies prácticamente estaban sumergidos en agua. A penas podía ver el camino por donde iba, las condiciones extremas en la que viajaba me hacían presagiar un desenlace fatal. La temperatura posiblemente había descendido a cero grados. Era una verdadera locura lo que estaba haciendo, pero no tenía otra opción, debía llegar a Casapalca como sea para tomar un automóvil que me lleve de regreso a san Mateo y de ahí otro hasta Chosica donde estaría a salvo de la muerte.

Al encontrarme de vuelta en el desvío de Chinchan recién pude recobrar la calma, sabía que a pocos metros estaba Casapalca, donde mis amigos aguardaban mi llegada. A las 2.50pm, cuando ya me hallaba al borde del colapso, encontré a Armando, Julio y Omar, quienes ya habían contratado un colectivo para que nos sacara de Casapalca y nos llevara a San mateo. Creo que la decisión fue la más acertada, pues no quiero imaginarme como hubiera atravesado el túnel Cacray, de casi 600m, en semejantes condiciones, de cualquier forma yo ya había tomado la decisión personal de salir en carro de aquel lugar.

Ya dentro del vehículo mi cuerpo empezó a recobrar calor debido a la tembladera que se apoderó de mí súbitamente. Allí me enteré que Edwar y Arturo habían decidido seguir pedaleando hasta San Mateo, cosa que me pareció una empresa bastante descabellada por las malas condiciones del tiempo. Al llegar a San Mateo, las condiciones atmosféricas no habían mejorado, una densa neblina reposaba tímidamente sobre la plaza del primer distrito ecológico del Perú y del mundo. A las 4pm ingresamos a un restaurante donde saciamos el hambre que había sido desplazado por el frío. Treinta minutos más tarde empezamos a forrar nuestro cuerpo con papel periódico para que éste absorbiera la humedad concentrada en nuestra ropa, el algodón que llevé para cualquier eventualidad médica lo usé para forrar mis pies, pues ni las medias habían quedado a salvo del aguacero. A las 5pm Julio decidió marcharse pedaleando hasta Chosica, mientras que Armando, Omar y yo decidimos ir en bus, no obstante, al no encontrar buses con parrilla Armando y Omar se lanzaron a rodar hasta Matucana, mientras que yo decidí esperar en San Mateo a que apareciera el bendito bus, mientras tanto el frío y la lluvia se coludieron para hacerme sentir la criatura más miserable del planeta.

A las 6pm el bus que me traía de regreso se detuvo en Matucana, justo cuando Armando y Omar arribaban a dicho lugar. En el trayecto Matucana-Chosica recibimos la llamada de Arturo quien nos dijo que había llegado a salvo a su casa. Sólo después que leí su crónica en el facebook supe que Arturo había desarrollado un cuadro de hipotermia y que al llegar a Chicla decidió abordar un carro que lo llevó hasta San Mateo, en este lugar buscó a un médico, quien le aplicó una inyección para estabilizarlo, de ahí regresó en bus hasta su casa.

Alrededor de las 7pm, cerca de Chosica, alcanzamos a Julio, quien había logrado vencer la hostilidad de la lluvia pedaleando desde San Mateo.

Una vez en Chosica, mi cuerpo empezó a recuperarse del todo, la lluvia y el frío pasaron a ser significativos recuerdos de mi paso accidentado por la puna. Mis prendas se secaron prontamente y luego de una comida al paso mi buen estado de ánimo me lanzó a rodar los 50km que me separaban de mi casa. A las 7.30pm Armando, Julio, Omar y yo, emprendidos la estampida en una suerte de pikesbike a lo largo de la Carretera Central, pues no era para menos, había que divertirse un rato luego que la naturaleza había interferido en nuestros planes.


Ver más fotos aquí:

http://picasaweb.google.com/ciclotrebud/CasapallcaTiclioLima291109#

viernes, 20 de noviembre de 2009

LIMA-ANTIOQUÍA-LIMA 160K, 15/11/09

Eran las 4.30pm del día 15 del mes 11 cuando por fin llegué a Antioquía. Omar y yo estábamos exhaustos, el último tramo de 5km había mermado considerablemente nuestros cuerpos, mientras que un halo de mosquitos inmisericordes se empeñó a toda hora en no dejarnos coronar nuestro objetivo, sin embargo, en la última curva, un sosiego magnánimo se apoderó de mí cuando logré atisbar desde el sillín de mi bicicleta la puerta que da acceso a la ciudad de los colores. Unos metros más allá un vetusto letrero que decía ANTIOQUÍA confirmaba nuestro arribo y unos metros más arriba una blanca ciudad, como Macondo, se alzaba soberbia en las entrañas sempiternas de la sierra de Huarochirí.

Llegada a Antioquía

Así como José Arcadio Buendía decidió pintar de blanco las casas del onírico pueblo de Macondo, las autoridades de Antioquía hicieron lo propio en el 2004 y convocaron a los mejores artistas plásticos para que dieran rienda suelta a su creatividad e imaginación y fue en este contexto que el pintor peruano Enrique Bustamante ganara el primer premio del concurso internacional de pintura “Colores para Antioquía”, acicalando las fachadas de todo el pueblo con motivos de flora y fauna autóctonos y otros nacidos de su imaginación, lo cual hizo que este pueblo estampara su rúbrica en el mapa de destinos turísticos más importantes del Perú. Antioquía es, hoy en día, un pueblo pintoresco, lleno de fábula y de cuento, con ángeles andinos y aves con alforjas, soles que sonríen y flores que desbordan en color. Antioquía es, simplemente, un poema hecho ciudad.

Plaza Mayor de Antioquía.
Al llegar a la plaza mayor, Omar y yo empezamos a buscar a Julio, Moisés y Walter que se habían adelantado, no obstante no los hallamos por ningún lado, supusimos que estarían en algún restaurante del pueblo. Mientras tanto Armando, Pavel y Miguel aún estaban en ruta y tardarían por lo menos una hora en llegar, así que yo decidí almorzar in situ mientras que Omar prosiguió buscando al grupo de Julio.
A duras penas pude sentarme en la silla del restaurante, la última trepada me había dejado totalmente descompensado, el sodio y potasio me habían abandonado por completo, necesitaba urgente ingerir alimento salado para reincorporarme. Cuando el grupo había decidido almorzar a las 11.40am en Nieve Nieve yo consideré que era demasiado temprano, razón por la cual me quedé sin comer hasta Antioquía, sin embargo los alimentos que siempre llevo en la mochila mitigaron mi hambre durante los 23km de ascenso. A las 4.40pm le eché manos a un “cabrito al horno” y a un “caldo de gallina” que resultaron ser un antídoto contra la somnolencia que me asechaba tras la pérdida de minerales a la que había estado expuesto mi organismo. Luego de diez minutos retorna Omar sin haber tenido éxito en su búsqueda de los desaparecidos, se toma un caldo de gallina y de ahí nos fuimos a la plaza mayor a esperar.


Plaza Mayor de Antioquía.

Unas cuantas fotos aquí, allá y acullá y nos dieron las 5.30pm. Julio, Moisés y Walter brillaban por su ausencia y según la gente del pueblo nadie había visto llegar a ningún ciclista, era como si las montañas se los hubieran tragado. Al único al que vimos bajar durante nuestro ascenso fue a Edwars, quien se marchaba raudo porque tenía una cena con su esposa. Mientras tanto Armando, Pavel y Miguel eran tan solo recuerdos en los anaqueles de mi memoria, la última vez que los vi ese día fue a las 3.10pm cuando estábamos a 8km de Antioquía, de ahí fue que yo me adelanté y alcancé a Omar.

A las 6pm, Omar y yo no sabíamos si esperar al grupo (¿a cuál de los dos?) o empezar a rodar cuesta abajo los 80km de distancia que separan Antioquía de nuestras casas, como aún estaba de día decidimos esperar 30 minutos más. Hasta aquí todo era un misterio, Armando, Julio, Pavel, Moisés, Walter y Miguel habían desaparecido del mapa, mientras que Omar y yo estábamos desterrados involuntariamente en medio de la cuenca del valle del río Lurín, a 1500msnm, en un lugar muy bonito pero desconocido por nosotros, donde además los celulares no sirven para nada. Finalmente nos dieron las 6.30pm y ya resignados de no ver llegar a nuestros compañeros y en vista de que ningún bus bajaba para Lima, tuvimos que colocar nuestros equipos de luces a las bicicletas y los reflectores y después lanzar una plegaria al cielo para que no nos pase nada en nuestro descenso por las montañas en medio de la completa oscuridad.

Con la noche a cuestas, en Antioquía, Lima-Perú.
Así nos lanzamos a rodar por la misma ruta por la que habíamos subido, solo que ahora apenas podíamos mirar el lugar por donde pasábamos, pues nuestras luces no eran tan potentes, es que no habíamos ido preparados para pedalear de noche. Con todos estos reveces no teníamos otra opción más que rodar a tientas por aquella ruta escarpada de la carretera Huarochirí. A las 7pm la tierra se oscureció por completo y el negro era total a nuestro alrededor, Omar y yo seguramente debimos parecer dos fantasmas rodantes buscando un destino para morir en paz, no sé cómo ni en qué momento el amor por la bicicleta y el ciclismo me han llevado a experimentar tamañas sensaciones en las que incluso he visto peligrar mi vida, sin embargo aquí sigo bregando a bordo de esta maravillosa máquina a la que he confiado mi destino sobre su único asiento de primera clase donde siempre viajo como un rey.
Manejar a obscuras por un abrupto sendero atravesando una retahíla de montañas interminables era muy osado de nuestra parte, a pesar de que Omar parecía sereno no lograba transmitirme su entusiasmo de rodar a ciegas por una ruta que ninguno de los dos había hecho antes en tales condiciones, si hubiéramos bajado en grupo la cosa hubiese sido hasta divertido, pero siendo solo dos ciclistas los riesgos aumentaban considerablemente.
A las 7.20pm llegamos a un pueblito, no sé cuál de todos era, pero las luminarias de sus faroles significaron un respiro para mi alma que se hallaba en vilo al no saber qué suerte me esperaría más abajo. Personalmente no acostumbro pedalear de noche y mucho menos por medio de montañas y caminos plagados de leyendas misteriosas que hacen zozobrar hasta al más corajudo de los mortales.

Descenso nocturno de Antioquía a Lima.
Pero nuestra suerte al parecer ya estaba echada, nadie vendría a salvarnos, solo nuestras bicicletas podían sacarnos de aquel lugar, al fin y al cabo no éramos sólo dos ciclistas, éramos cuatro seres con un único objetivo, salir de las montañas y llegar con bien a nuestras casas. Para llegar a Cieneguilla aún nos faltaba descender cerca de 30km, sabíamos que la cosa no sería fácil, una ponchada de llanta hubiera significado una burla de nuestra ingrata suerte y una mala caída hubiera significado un corolario infeliz de nuestro primer viaje a Antioquía, sin embargo nada de esto ocurrió, pues la suerte llegó detrás de nosotros, algún ángel de la ciudad de los colores nos mandó dos automóviles que se dirigían para Lima, en cuanto los vi llegar supe que ya no bajaríamos solos esos 30km de camino pedregoso y polvoriento que nos separaban de Cieneguilla. La mínima ayuda que podían darnos aquellos automóviles era que nos alumbraran el camino de regreso. Luego que pasaron delante de nosotros, Omar y yo, embebidos de un ánimo renovado, salimos en estampida tras esos vehículos motorizados que significaban nuestra tranquilidad para desplazarnos sin problemas por la carretera. Luego de hacerle una señal al conductor del segundo vehículo este accedió de buena forma para que nos colocáramos delante de él, pues había logrado comprender que nos hallábamos en problemas.
Ya con el auto detrás de nosotros alumbrándonos el camino pudimos descender a mayor velocidad, a veces alcanzábamos los 20 a 25km/h, de no haber sido así quizá hubiéramos bajado a 8 ó 10km/h y otra hubiera sido nuestra historia. No quiero ni imaginarme lo que pudo habernos sucedido si hubiéramos hecho la ruta solos bajando a velocidad de tortugas. En dos o tres ocasiones, cuando aún bajábamos solos, nos encontrábamos con personas caminando por la pista, en plena oscuridad, situación que me escarapelaba el cuerpo después de tantas historias que se cuentan por ahí con respecto a los caminos de la sierra. En ese momento más nos valía no volver la vista atrás para no llevarnos el susto de nuestras vida al ver como esos seres se volatizaban sobre la estela que dejaban nuestras llantas. Ya con el auto a nuestro detrás me sentía más seguro a pesar que no conocía a la gente que iba a bordo.
El descenso junto con el auto nos tomó cerca de una hora, hubo un momento en que una fuerte pendiente nos puso al límite antes de coronar la cima, en todo momento tuvimos que demostrar la suficiente capacidad para mantener la velocidad de tal modo que el chofer del vehículo no nos abandonara por ir demasiado lentos.
Al cabo de unos 25 minutos atravesábamos el pueblo de Sisicaya, solo recuerdo haber pasado velozmente por ese gran letrero donde se lee una frase sugestiva que a la letra dice: Sisicaya, tierra de mitos y leyendas. De ahí, pronto vino Nieve Nieve, el lugar donde debí haber almorzado, y después de unos cuantos minutos más ya estábamos cruzando el puente de Chontay, lugar que me resultaba familiar desde aquella inolvidable ruta de Intercuencas. A partir de aquí ya me sentía más tranquilo, sabía que la ciudad de Cieneguilla nos esperaba a la vuelta de la esquina o más bien a la vuelta de unos cuantos oteros que aún nos faltaban por cruzar. Qué bien que se portó aquel chofer con su familia que se apiadaron de nosotros, su compañía hizo que yo recobrara la serenidad y la confianza, como nunca había pedaleado como un demonio sobre un camino pedregoso, a estas alturas recordaba el tramo de cañaverales a ambos lados de la pista que parecía ser la entrada hacia un lugar tenebroso y sin retorno, esta vez mis líos con la oscuridad doblegaron mi templanza, sin embargo ahora pienso que hasta en la oscuridad uno puede reinventarse y recuperar la confianza en las personas que sin saber nada de ti ni tú de ellos te tienden una mano en el momento más difícil de tu vida.
A las 8.30pm el fulgor del alumbrado eléctrico de Río Seco nos anuncia que lo peor ya había pasado, nos detuvimos en la bodega donde a las 10 de la mañana nos habíamos reabastecido. Le dimos las gracias al chofer y a su familia quienes asintieron levantando la mano desde el automóvil. Recién aquí pudimos entablar contacto con Armando quien nos puso al tanto de lo acontecido, resultó que Pavel había sufrido un desperfecto irreparable en su bicicleta lo cual hizo que el grupo ya no continuara hacia el objetivo, más tarde se encontraron con el grupo de Julio que bajaba desde Antioquía, con los cuales Omar y yo, misteriosamente, nunca nos encontramos. Armando decidió apoyar a Pavel hasta embarcarlo en un auto hacia La Molina, mientras que los demás siguieron descendiendo hasta Nieve Nieve donde esperarían a Armando. Al llegar a Nieve Nieve Armando tampoco encontró al grupo y pedaleó solo hasta el óvalo de Cieneguilla donde vuelta se reencontraron para partir juntos hacia Lima. Julio y Walter treparon el serpentín de noche, lo cual habla bien de su buen estado físico, sobre todo de Julio que a las 7 de la mañana había sufrido una aparatosa caída producto de los ladridos de un perro, lo cual le produjo serios raspones que le obligaron a tomar pastillas para el dolor y la inflamación.
A las 8.50pm, cuando ya se sabía que todos habíamos sobrevivido a la aventura de Antioquía, Omar y yo descendimos por la avenida Nueva Toledo hasta el óvalo de Cieneguilla, que lucía macabro bajo el crespón de la noche. En eso, casi detrás de nosotros, un mototaxista caído del cielo acepta llevarnos por diez soles hasta la cima del serpentín de Cieneguilla, raudamente acomodamos las bicicletas y en menos de veinte minutos ya estábamos rodando otra vez por la avenida Las palmeras que conduce a La Molina.

Óvalo de Cienguilla, 9.30pm.

En la cumbre de la Av. Las Palmeras, rodada hacia Lima.
 
A las 10.30pm pasamos por el grifo Primax, cerca a la universidad de Lima, donde a las 6 de la mañana esta aventura se había iniciado. Unos minutos más tarde Omar y yo rodamos desaforadamente a casi 40km/h por la Panamericana Sur hasta el puente Atocongo y de allí hasta el Hospital María Auxiliadora donde nos despedimos después de una magna ruta.

A las 11pm, con las piernas adoloridas y los párpados entrecerrados, aún no podía creer que esta maravillosa máquina que se ha convertido en una importante parte de mi vida me había hecho descender desde la sierra hasta la costa y me había traído a dormir hasta el lugar más seguro de mi mundo, mi casa


ATTE

Dúbert Díaz R.


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jueves, 12 de noviembre de 2009

SAN PEDRO DE CASTA-PREMIO MONTAÑA 2009

SAN PEDRO DE CASTA-PREMIO MONTAÑA 2009
Rodando por los caminos del Perú

El domingo 8 de noviembre asistimos, en calidad de espectadores, a la competencia de ciclismo “San Pedro de Casta Premio Montaña 2009” organizado por el Team Nilbike de Chosica. Fuimos en auto hasta Chosica y de ahí en bus hasta Huinco. Dicho evento convocó a aproximadamente unos 60 ciclistas, entre profesionales y aficionados, asimismo contó con la participación de tres damas que dieron lo mejor de sí para llegar a la meta. La partida fue desde el pueblo de Huinco, ubicado en la provincia de Huarochirí cerca de los 2000msnm, hasta el pueblo de San Pedro de Casta, situado a unos 20km cuesta arriba a 3200msnm. El más rápido de todos tardó 1 hora con 50 minutos en llegar a la meta. La trepada a Casta resultó ser bastante exigente, sobre todo para los competidores que pedalearon bajo presión con el objetivo de consagrarse en la meta. Muchos ciclistas llegaron descompensados y acalambrados, no obstante sintieron la satisfacción de haber culminado la ruta.
A las 3pm se premió a los ganadores, los cuales se fueron contentos con los premios donados por los auspiciadores. El descenso desde San Pedro de Casta fue espectacular, las vistas son de ensueño, la naturaleza ha modelado sus mejores obras de arte por estos lares, hay precipicios en cuyas profundidades tu mirada se pierde en un silente infinito. Un puente que sirve de nexo entre dos montañas es uno de los atractivos más llamativos de la ruta, a tal punto que algunos viajeros audaces se lanzan al vacío confiándole sus precarias vidas a unas cuerdas que penden de sus barandas. Al llegar a Huinco nos ganó la noche y la suerte nos trajo el último bus del día que nos llevó a Chosica.
Esta vez no recorrimos tantos kilómetros pero el saldo fue positivo ya que contribuimos con el evento y conocimos una ruta cicloturística a la que prometemos volver próximamente.

Ver más fotos aquí:
http://picasaweb.google.com/ciclotrebud/SanPedroDeCastaPremioMontana8112009#