viernes, 20 de noviembre de 2009

LIMA-ANTIOQUÍA-LIMA 160K, 15/11/09

Eran las 4.30pm del día 15 del mes 11 cuando por fin llegué a Antioquía. Omar y yo estábamos exhaustos, el último tramo de 5km había mermado considerablemente nuestros cuerpos, mientras que un halo de mosquitos inmisericordes se empeñó a toda hora en no dejarnos coronar nuestro objetivo, sin embargo, en la última curva, un sosiego magnánimo se apoderó de mí cuando logré atisbar desde el sillín de mi bicicleta la puerta que da acceso a la ciudad de los colores. Unos metros más allá un vetusto letrero que decía ANTIOQUÍA confirmaba nuestro arribo y unos metros más arriba una blanca ciudad, como Macondo, se alzaba soberbia en las entrañas sempiternas de la sierra de Huarochirí.

Llegada a Antioquía

Así como José Arcadio Buendía decidió pintar de blanco las casas del onírico pueblo de Macondo, las autoridades de Antioquía hicieron lo propio en el 2004 y convocaron a los mejores artistas plásticos para que dieran rienda suelta a su creatividad e imaginación y fue en este contexto que el pintor peruano Enrique Bustamante ganara el primer premio del concurso internacional de pintura “Colores para Antioquía”, acicalando las fachadas de todo el pueblo con motivos de flora y fauna autóctonos y otros nacidos de su imaginación, lo cual hizo que este pueblo estampara su rúbrica en el mapa de destinos turísticos más importantes del Perú. Antioquía es, hoy en día, un pueblo pintoresco, lleno de fábula y de cuento, con ángeles andinos y aves con alforjas, soles que sonríen y flores que desbordan en color. Antioquía es, simplemente, un poema hecho ciudad.

Plaza Mayor de Antioquía.
Al llegar a la plaza mayor, Omar y yo empezamos a buscar a Julio, Moisés y Walter que se habían adelantado, no obstante no los hallamos por ningún lado, supusimos que estarían en algún restaurante del pueblo. Mientras tanto Armando, Pavel y Miguel aún estaban en ruta y tardarían por lo menos una hora en llegar, así que yo decidí almorzar in situ mientras que Omar prosiguió buscando al grupo de Julio.
A duras penas pude sentarme en la silla del restaurante, la última trepada me había dejado totalmente descompensado, el sodio y potasio me habían abandonado por completo, necesitaba urgente ingerir alimento salado para reincorporarme. Cuando el grupo había decidido almorzar a las 11.40am en Nieve Nieve yo consideré que era demasiado temprano, razón por la cual me quedé sin comer hasta Antioquía, sin embargo los alimentos que siempre llevo en la mochila mitigaron mi hambre durante los 23km de ascenso. A las 4.40pm le eché manos a un “cabrito al horno” y a un “caldo de gallina” que resultaron ser un antídoto contra la somnolencia que me asechaba tras la pérdida de minerales a la que había estado expuesto mi organismo. Luego de diez minutos retorna Omar sin haber tenido éxito en su búsqueda de los desaparecidos, se toma un caldo de gallina y de ahí nos fuimos a la plaza mayor a esperar.


Plaza Mayor de Antioquía.

Unas cuantas fotos aquí, allá y acullá y nos dieron las 5.30pm. Julio, Moisés y Walter brillaban por su ausencia y según la gente del pueblo nadie había visto llegar a ningún ciclista, era como si las montañas se los hubieran tragado. Al único al que vimos bajar durante nuestro ascenso fue a Edwars, quien se marchaba raudo porque tenía una cena con su esposa. Mientras tanto Armando, Pavel y Miguel eran tan solo recuerdos en los anaqueles de mi memoria, la última vez que los vi ese día fue a las 3.10pm cuando estábamos a 8km de Antioquía, de ahí fue que yo me adelanté y alcancé a Omar.

A las 6pm, Omar y yo no sabíamos si esperar al grupo (¿a cuál de los dos?) o empezar a rodar cuesta abajo los 80km de distancia que separan Antioquía de nuestras casas, como aún estaba de día decidimos esperar 30 minutos más. Hasta aquí todo era un misterio, Armando, Julio, Pavel, Moisés, Walter y Miguel habían desaparecido del mapa, mientras que Omar y yo estábamos desterrados involuntariamente en medio de la cuenca del valle del río Lurín, a 1500msnm, en un lugar muy bonito pero desconocido por nosotros, donde además los celulares no sirven para nada. Finalmente nos dieron las 6.30pm y ya resignados de no ver llegar a nuestros compañeros y en vista de que ningún bus bajaba para Lima, tuvimos que colocar nuestros equipos de luces a las bicicletas y los reflectores y después lanzar una plegaria al cielo para que no nos pase nada en nuestro descenso por las montañas en medio de la completa oscuridad.

Con la noche a cuestas, en Antioquía, Lima-Perú.
Así nos lanzamos a rodar por la misma ruta por la que habíamos subido, solo que ahora apenas podíamos mirar el lugar por donde pasábamos, pues nuestras luces no eran tan potentes, es que no habíamos ido preparados para pedalear de noche. Con todos estos reveces no teníamos otra opción más que rodar a tientas por aquella ruta escarpada de la carretera Huarochirí. A las 7pm la tierra se oscureció por completo y el negro era total a nuestro alrededor, Omar y yo seguramente debimos parecer dos fantasmas rodantes buscando un destino para morir en paz, no sé cómo ni en qué momento el amor por la bicicleta y el ciclismo me han llevado a experimentar tamañas sensaciones en las que incluso he visto peligrar mi vida, sin embargo aquí sigo bregando a bordo de esta maravillosa máquina a la que he confiado mi destino sobre su único asiento de primera clase donde siempre viajo como un rey.
Manejar a obscuras por un abrupto sendero atravesando una retahíla de montañas interminables era muy osado de nuestra parte, a pesar de que Omar parecía sereno no lograba transmitirme su entusiasmo de rodar a ciegas por una ruta que ninguno de los dos había hecho antes en tales condiciones, si hubiéramos bajado en grupo la cosa hubiese sido hasta divertido, pero siendo solo dos ciclistas los riesgos aumentaban considerablemente.
A las 7.20pm llegamos a un pueblito, no sé cuál de todos era, pero las luminarias de sus faroles significaron un respiro para mi alma que se hallaba en vilo al no saber qué suerte me esperaría más abajo. Personalmente no acostumbro pedalear de noche y mucho menos por medio de montañas y caminos plagados de leyendas misteriosas que hacen zozobrar hasta al más corajudo de los mortales.

Descenso nocturno de Antioquía a Lima.
Pero nuestra suerte al parecer ya estaba echada, nadie vendría a salvarnos, solo nuestras bicicletas podían sacarnos de aquel lugar, al fin y al cabo no éramos sólo dos ciclistas, éramos cuatro seres con un único objetivo, salir de las montañas y llegar con bien a nuestras casas. Para llegar a Cieneguilla aún nos faltaba descender cerca de 30km, sabíamos que la cosa no sería fácil, una ponchada de llanta hubiera significado una burla de nuestra ingrata suerte y una mala caída hubiera significado un corolario infeliz de nuestro primer viaje a Antioquía, sin embargo nada de esto ocurrió, pues la suerte llegó detrás de nosotros, algún ángel de la ciudad de los colores nos mandó dos automóviles que se dirigían para Lima, en cuanto los vi llegar supe que ya no bajaríamos solos esos 30km de camino pedregoso y polvoriento que nos separaban de Cieneguilla. La mínima ayuda que podían darnos aquellos automóviles era que nos alumbraran el camino de regreso. Luego que pasaron delante de nosotros, Omar y yo, embebidos de un ánimo renovado, salimos en estampida tras esos vehículos motorizados que significaban nuestra tranquilidad para desplazarnos sin problemas por la carretera. Luego de hacerle una señal al conductor del segundo vehículo este accedió de buena forma para que nos colocáramos delante de él, pues había logrado comprender que nos hallábamos en problemas.
Ya con el auto detrás de nosotros alumbrándonos el camino pudimos descender a mayor velocidad, a veces alcanzábamos los 20 a 25km/h, de no haber sido así quizá hubiéramos bajado a 8 ó 10km/h y otra hubiera sido nuestra historia. No quiero ni imaginarme lo que pudo habernos sucedido si hubiéramos hecho la ruta solos bajando a velocidad de tortugas. En dos o tres ocasiones, cuando aún bajábamos solos, nos encontrábamos con personas caminando por la pista, en plena oscuridad, situación que me escarapelaba el cuerpo después de tantas historias que se cuentan por ahí con respecto a los caminos de la sierra. En ese momento más nos valía no volver la vista atrás para no llevarnos el susto de nuestras vida al ver como esos seres se volatizaban sobre la estela que dejaban nuestras llantas. Ya con el auto a nuestro detrás me sentía más seguro a pesar que no conocía a la gente que iba a bordo.
El descenso junto con el auto nos tomó cerca de una hora, hubo un momento en que una fuerte pendiente nos puso al límite antes de coronar la cima, en todo momento tuvimos que demostrar la suficiente capacidad para mantener la velocidad de tal modo que el chofer del vehículo no nos abandonara por ir demasiado lentos.
Al cabo de unos 25 minutos atravesábamos el pueblo de Sisicaya, solo recuerdo haber pasado velozmente por ese gran letrero donde se lee una frase sugestiva que a la letra dice: Sisicaya, tierra de mitos y leyendas. De ahí, pronto vino Nieve Nieve, el lugar donde debí haber almorzado, y después de unos cuantos minutos más ya estábamos cruzando el puente de Chontay, lugar que me resultaba familiar desde aquella inolvidable ruta de Intercuencas. A partir de aquí ya me sentía más tranquilo, sabía que la ciudad de Cieneguilla nos esperaba a la vuelta de la esquina o más bien a la vuelta de unos cuantos oteros que aún nos faltaban por cruzar. Qué bien que se portó aquel chofer con su familia que se apiadaron de nosotros, su compañía hizo que yo recobrara la serenidad y la confianza, como nunca había pedaleado como un demonio sobre un camino pedregoso, a estas alturas recordaba el tramo de cañaverales a ambos lados de la pista que parecía ser la entrada hacia un lugar tenebroso y sin retorno, esta vez mis líos con la oscuridad doblegaron mi templanza, sin embargo ahora pienso que hasta en la oscuridad uno puede reinventarse y recuperar la confianza en las personas que sin saber nada de ti ni tú de ellos te tienden una mano en el momento más difícil de tu vida.
A las 8.30pm el fulgor del alumbrado eléctrico de Río Seco nos anuncia que lo peor ya había pasado, nos detuvimos en la bodega donde a las 10 de la mañana nos habíamos reabastecido. Le dimos las gracias al chofer y a su familia quienes asintieron levantando la mano desde el automóvil. Recién aquí pudimos entablar contacto con Armando quien nos puso al tanto de lo acontecido, resultó que Pavel había sufrido un desperfecto irreparable en su bicicleta lo cual hizo que el grupo ya no continuara hacia el objetivo, más tarde se encontraron con el grupo de Julio que bajaba desde Antioquía, con los cuales Omar y yo, misteriosamente, nunca nos encontramos. Armando decidió apoyar a Pavel hasta embarcarlo en un auto hacia La Molina, mientras que los demás siguieron descendiendo hasta Nieve Nieve donde esperarían a Armando. Al llegar a Nieve Nieve Armando tampoco encontró al grupo y pedaleó solo hasta el óvalo de Cieneguilla donde vuelta se reencontraron para partir juntos hacia Lima. Julio y Walter treparon el serpentín de noche, lo cual habla bien de su buen estado físico, sobre todo de Julio que a las 7 de la mañana había sufrido una aparatosa caída producto de los ladridos de un perro, lo cual le produjo serios raspones que le obligaron a tomar pastillas para el dolor y la inflamación.
A las 8.50pm, cuando ya se sabía que todos habíamos sobrevivido a la aventura de Antioquía, Omar y yo descendimos por la avenida Nueva Toledo hasta el óvalo de Cieneguilla, que lucía macabro bajo el crespón de la noche. En eso, casi detrás de nosotros, un mototaxista caído del cielo acepta llevarnos por diez soles hasta la cima del serpentín de Cieneguilla, raudamente acomodamos las bicicletas y en menos de veinte minutos ya estábamos rodando otra vez por la avenida Las palmeras que conduce a La Molina.

Óvalo de Cienguilla, 9.30pm.

En la cumbre de la Av. Las Palmeras, rodada hacia Lima.
 
A las 10.30pm pasamos por el grifo Primax, cerca a la universidad de Lima, donde a las 6 de la mañana esta aventura se había iniciado. Unos minutos más tarde Omar y yo rodamos desaforadamente a casi 40km/h por la Panamericana Sur hasta el puente Atocongo y de allí hasta el Hospital María Auxiliadora donde nos despedimos después de una magna ruta.

A las 11pm, con las piernas adoloridas y los párpados entrecerrados, aún no podía creer que esta maravillosa máquina que se ha convertido en una importante parte de mi vida me había hecho descender desde la sierra hasta la costa y me había traído a dormir hasta el lugar más seguro de mi mundo, mi casa


ATTE

Dúbert Díaz R.


++++++++

jueves, 12 de noviembre de 2009

SAN PEDRO DE CASTA-PREMIO MONTAÑA 2009

SAN PEDRO DE CASTA-PREMIO MONTAÑA 2009
Rodando por los caminos del Perú

El domingo 8 de noviembre asistimos, en calidad de espectadores, a la competencia de ciclismo “San Pedro de Casta Premio Montaña 2009” organizado por el Team Nilbike de Chosica. Fuimos en auto hasta Chosica y de ahí en bus hasta Huinco. Dicho evento convocó a aproximadamente unos 60 ciclistas, entre profesionales y aficionados, asimismo contó con la participación de tres damas que dieron lo mejor de sí para llegar a la meta. La partida fue desde el pueblo de Huinco, ubicado en la provincia de Huarochirí cerca de los 2000msnm, hasta el pueblo de San Pedro de Casta, situado a unos 20km cuesta arriba a 3200msnm. El más rápido de todos tardó 1 hora con 50 minutos en llegar a la meta. La trepada a Casta resultó ser bastante exigente, sobre todo para los competidores que pedalearon bajo presión con el objetivo de consagrarse en la meta. Muchos ciclistas llegaron descompensados y acalambrados, no obstante sintieron la satisfacción de haber culminado la ruta.
A las 3pm se premió a los ganadores, los cuales se fueron contentos con los premios donados por los auspiciadores. El descenso desde San Pedro de Casta fue espectacular, las vistas son de ensueño, la naturaleza ha modelado sus mejores obras de arte por estos lares, hay precipicios en cuyas profundidades tu mirada se pierde en un silente infinito. Un puente que sirve de nexo entre dos montañas es uno de los atractivos más llamativos de la ruta, a tal punto que algunos viajeros audaces se lanzan al vacío confiándole sus precarias vidas a unas cuerdas que penden de sus barandas. Al llegar a Huinco nos ganó la noche y la suerte nos trajo el último bus del día que nos llevó a Chosica.
Esta vez no recorrimos tantos kilómetros pero el saldo fue positivo ya que contribuimos con el evento y conocimos una ruta cicloturística a la que prometemos volver próximamente.

Ver más fotos aquí:
http://picasaweb.google.com/ciclotrebud/SanPedroDeCastaPremioMontana8112009#

jueves, 5 de noviembre de 2009

LOMAS DE ATOCONGO-MANCHAY-PACHACAMAC-PUEBLO VIEJO-CIENEGUILLA

LOMAS DE ATOCONGO-MANCHAY-PACHACAMAC-PUEBLO VIEJO-CIENEGUILLA
Rodando por los caminos del Perú

Mientras la mañana del 25 de octubre de 2009 empezaba a filtrarse tímidamente entre las rendijas de mi ventana, el gutural sonido de mi reloj despertador me recordaba que este día tenía una cita con la velocidad y la aventura. A las 7am llegué al puente Atocongo, donde me encontré con Carlos (ytodoapedal) y Juan (KeniroBike), pronto llegaron Pedro y David y posteriormente César y Miguel. A las 7.45am enrumbamos en dirección Sureste, rodando por las avenidas De los Héroes, en San Juan de Miraflores y Salvador Allende, en Villa María del Triunfo, por esta última accedimos a la Av. 26 de noviembre hasta llegar al cementerio de Nueva Esperanza.
La ruta que nos convocaba era bastante promisoria, uniríamos a fuerza de puro pedal los distritos de Lima-Sur y Lima-Este cruzando las Lomas de Atocongo y descendiendo hasta Manchay para luego ir por Pachacamac (Cardal, Prado y Manzano) hasta las ruinas de Pueblo Viejo, luego retornar al pueblo de Pachacamac y de ahí rodar hasta Cieneguilla (incluyendo la trepada por el serpentín), La Molina, Surco y cerrar el circuito en el mismo punto de partida (puente Atocongo), con un recorrido total de 105 km aproximadamente.

Cerca del cementerio de Nueva Esperanza hay un camino escarpado que te permite acceder a las Lomas de Atocongo, por ahí fuimos rodando cuesta arriba hasta llegar al abra de donde se puede apreciar hacia el Oeste el distrito de Villa María del Triunfo y hacia el Este la ciudad de Manchay.
Las Lomas de Atocongo constituyen una cadena de montañas pertenecientes al circuito de lomas costeras del Perú, donde otrora hubo un amplio predominio de flora y fauna endémicos y donde el investigador Enrique Zúñiga descubrió en 1942 una especie de ratón típico de estas lomas, el cual fue denominado Melanomys zunigae, el ratón arrozalero de Zúñiga. Hoy en día dicha especie parece haberse extinguido y otras como los venados y las vizcachas emprendieron la retirada a medida que el urbanismo les fue robando su hábitat y ni qué decir de la vegetación arbórea, la cual fue cediendo a la tala indiscriminada e irracional del hombre. En la actualidad las Lomas de Atocongo están siendo lotizadas y al parecer los cerros ya tienen dueños, según nos lo hizo saber una mujer medio esquizofrénica que amenazó con tirarnos piedras si pasábamos con nuestras bicicletas por un sendero que según ella atravesaba por sus terrenos. ¡Sólo eso nos faltaba, estar en medio de las montañas y no poder practicar ciclismo porque hasta las montañas ahora son propiedad privada!, ¡qué tal raza!
En un tramo del recorrido por estos impresionantes cerros encontramos un lugar ideal, al borde del abismo, para perennizar el momento en una fotografía que nos recuerde nuestro paso por este ecosistema que vive cerca de nosotros y que por esta época del año se va desluciendo poco a poco a medida que se aproxima el verano y la poca neblina proveniente del mar ya no le es suficiente para conservar el verdor y la humedad de la cual hace gala entre los meses de junio y septiembre. Transcurrida la sesión de fotos, impulsamos nuestros velocípedos por un serpenteante y estrecho camino en donde estuve a punto de caerme de no ser por una roca que me sirvió de freno cuando mi cuerpo se dirigía cuesta abajo. Esta vez la suerte estuvo de mi parte, sin embargo, más adelante, Miguel no pudo librarse de una caída que le causó ligeros raspones en la pierna izquierda. Más tarde llegamos a otra cima de donde podía observarse Manchay y Pachacamac, desde aquí descendimos a velocidad insospechada hasta un lugar llamado San Judas Tadeo que pertenece al distrito de Manchay y pocos minutos después accedimos a la carretera que lleva a Pachacamac.

Era casi el medio día cuando llegamos al lugar donde los cicloviajeros acostumbran reabastecerse antes de continuar su ruta a Pachacamac. Con dos tercios de recorrido a cuestas no faltó alguno que esbozara cierto desánimo por concluir la ruta, sobre todo porque desde el cenit el sol proyectaba sobre nuestras testas sus intimidantes rayos infrarrojos que nos hacían recordar que nuestro periplo a Pueblo Viejo sería casi eterno y agotador. Sin embargo nadie claudicó y los siete descendidos de las lomas de Atocongo empuñamos pedales hacia Pueblo Viejo.

Luego de descender un corto tramo en dirección al pueblo de Pachacamac, un desvío nos pone sobre el cauce marchito de un río llamado Lurín, por el cual pedaleamos a nuestro antojo aprovechando su escaso caudal; en unos minutos más, ya en la margen izquierda de dicho río, hay un acceso que te lleva al circuito de Lomas de Pachacamac, por cuyos vericuetos fuimos rodando a bordo de nuestras maravillosas naves que discurrían orondas como peces en el agua, sin causar el mínimo impacto ambiental sobre estos hermosos parajes que son capaces de cautivar hasta al más insensible de los humanos. Así transcurrió nuestra apacible existencia hasta que en medio de un prado color amarillo Juan pierde el control de su máquina y va a parar contra el suelo causándose serios rasguños que, antes de amilanarlo, lo llenan de valor y coraje para continuar el último tramo que nos separa de Pueblo Viejo.
Cerca de las 2pm arribamos al santuario del Amancay. Atrás habían quedado los zigzagueantes caminos por aquella cadena de cerros interminables que enloquecen a los ciclistas. En unos de esos cerros habíamos despedido a Miguel y César que decidieron retornar a Lima antes de lo previsto.

Tras cruzar el portal del Santuario del Amancay, treinta minutos más arriba coronamos las ruinas de Pueblo Viejo, una ciudadela Inca enclavada en el seno de dicho santuario. Sólo Pedro decidió retornar antes a Pachacamac, pues el cansancio había causado mella en su organismo. Hasta aquí la mitad de la ruta había sido resuelta. Carlos y David, conocedores de estos destinos, tuvieron la gentileza de guiarnos a Juan y a mí hasta estos insospechados territorios llenos de historia y naturaleza viva. Luego de tomar las fotos de rigor descendimos a Pachacamac para buscar algo qué comer.

Eran las 3.20pm cuando, sentados casi todos al borde de una tarde poco eterna, nos traen los lomos saltados que fueron devorados en pocos minutos por nuestros famélicos cuerpos. A las 4pm enrumbamos pedales hacía Cieneguilla a ver qué historia nos depararía su famoso serpentín. Pedro decidió marcharse por la Panamericana Sur, por resultarle más cerca a su casa.
A las 5.30pm, ya con pocas fuerzas pero con muchas ganas de concluir el proyecto, iniciamos la trepada del serpentín de Cieneguilla, de casi 5km de distancia, la cual nos tomaría cerca de una hora. En este tramo vuestro amigo Juan demostró una vez más tener una performance física increíble, a pesar de su lesión en la pierna fue el primero en coronar la cima, ¿será tal vez su magro cuerpo que le permite levitar a medida que pedalea? ¿Será su vida hipersana que le permite afrontar con éxito la fatiga? O será tal vez algún pacto con alguna fuerza extraña de la naturaleza lo que le hace resistir con mucha solvencia condiciones que, de por sí, ya son bastante estresantes.

Ya en la cima y con el cuerpo casi descompensado la ruta estaba casi resuelta. A las 7pm nos despedimos de Carlos. A las 7.30pm Juan enrumbó a Santa Anita y a las 7.50pm me despedí de David en el trébol de la Javier Prado. A las 8.30pm planté mi cleta en la puerta de mi casa cerrando con esto un circuito ciclístico que significó todo un reto para siete avezados cicloviajeros que cada domingo a las seis, antes de la misa, se lanzan a rodar por los caminos del Perú.

Ver más fotos aquí: