Rodando por los caminos del Perú
Mientras la mañana del 25 de octubre de 2009 empezaba a filtrarse tímidamente entre las rendijas de mi ventana, el gutural sonido de mi reloj despertador me recordaba que este día tenía una cita con la velocidad y la aventura. A las 7am llegué al puente Atocongo, donde me encontré con Carlos (ytodoapedal) y Juan (KeniroBike), pronto llegaron Pedro y David y posteriormente César y Miguel. A las 7.45am enrumbamos en dirección Sureste, rodando por las avenidas De los Héroes, en San Juan de Miraflores y Salvador Allende, en Villa María del Triunfo, por esta última accedimos a la Av. 26 de noviembre hasta llegar al cementerio de Nueva Esperanza.
La ruta que nos convocaba era bastante promisoria, uniríamos a fuerza de puro pedal los distritos de Lima-Sur y Lima-Este cruzando las Lomas de Atocongo y descendiendo hasta Manchay para luego ir por Pachacamac (Cardal, Prado y Manzano) hasta las ruinas de Pueblo Viejo, luego retornar al pueblo de Pachacamac y de ahí rodar hasta Cieneguilla (incluyendo la trepada por el serpentín), La Molina, Surco y cerrar el circuito en el mismo punto de partida (puente Atocongo), con un recorrido total de 105 km aproximadamente.
Cerca del cementerio de Nueva Esperanza hay un camino escarpado que te permite acceder a las Lomas de Atocongo, por ahí fuimos rodando cuesta arriba hasta llegar al abra de donde se puede apreciar hacia el Oeste el distrito de Villa María del Triunfo y hacia el Este la ciudad de Manchay.
Cerca del cementerio de Nueva Esperanza hay un camino escarpado que te permite acceder a las Lomas de Atocongo, por ahí fuimos rodando cuesta arriba hasta llegar al abra de donde se puede apreciar hacia el Oeste el distrito de Villa María del Triunfo y hacia el Este la ciudad de Manchay.
Las Lomas de Atocongo constituyen una cadena de montañas pertenecientes al circuito de lomas costeras del Perú, donde otrora hubo un amplio predominio de flora y fauna endémicos y donde el investigador Enrique Zúñiga descubrió en 1942 una especie de ratón típico de estas lomas, el cual fue denominado Melanomys zunigae, el ratón arrozalero de Zúñiga. Hoy en día dicha especie parece haberse extinguido y otras como los venados y las vizcachas emprendieron la retirada a medida que el urbanismo les fue robando su hábitat y ni qué decir de la vegetación arbórea, la cual fue cediendo a la tala indiscriminada e irracional del hombre. En la actualidad las Lomas de Atocongo están siendo lotizadas y al parecer los cerros ya tienen dueños, según nos lo hizo saber una mujer medio esquizofrénica que amenazó con tirarnos piedras si pasábamos con nuestras bicicletas por un sendero que según ella atravesaba por sus terrenos. ¡Sólo eso nos faltaba, estar en medio de las montañas y no poder practicar ciclismo porque hasta las montañas ahora son propiedad privada!, ¡qué tal raza!
En un tramo del recorrido por estos impresionantes cerros encontramos un lugar ideal, al borde del abismo, para perennizar el momento en una fotografía que nos recuerde nuestro paso por este ecosistema que vive cerca de nosotros y que por esta época del año se va desluciendo poco a poco a medida que se aproxima el verano y la poca neblina proveniente del mar ya no le es suficiente para conservar el verdor y la humedad de la cual hace gala entre los meses de junio y septiembre. Transcurrida la sesión de fotos, impulsamos nuestros velocípedos por un serpenteante y estrecho camino en donde estuve a punto de caerme de no ser por una roca que me sirvió de freno cuando mi cuerpo se dirigía cuesta abajo. Esta vez la suerte estuvo de mi parte, sin embargo, más adelante, Miguel no pudo librarse de una caída que le causó ligeros raspones en la pierna izquierda. Más tarde llegamos a otra cima de donde podía observarse Manchay y Pachacamac, desde aquí descendimos a velocidad insospechada hasta un lugar llamado San Judas Tadeo que pertenece al distrito de Manchay y pocos minutos después accedimos a la carretera que lleva a Pachacamac.
Era casi el medio día cuando llegamos al lugar donde los cicloviajeros acostumbran reabastecerse antes de continuar su ruta a Pachacamac. Con dos tercios de recorrido a cuestas no faltó alguno que esbozara cierto desánimo por concluir la ruta, sobre todo porque desde el cenit el sol proyectaba sobre nuestras testas sus intimidantes rayos infrarrojos que nos hacían recordar que nuestro periplo a Pueblo Viejo sería casi eterno y agotador. Sin embargo nadie claudicó y los siete descendidos de las lomas de Atocongo empuñamos pedales hacia Pueblo Viejo.
Luego de descender un corto tramo en dirección al pueblo de Pachacamac, un desvío nos pone sobre el cauce marchito de un río llamado Lurín, por el cual pedaleamos a nuestro antojo aprovechando su escaso caudal; en unos minutos más, ya en la margen izquierda de dicho río, hay un acceso que te lleva al circuito de Lomas de Pachacamac, por cuyos vericuetos fuimos rodando a bordo de nuestras maravillosas naves que discurrían orondas como peces en el agua, sin causar el mínimo impacto ambiental sobre estos hermosos parajes que son capaces de cautivar hasta al más insensible de los humanos. Así transcurrió nuestra apacible existencia hasta que en medio de un prado color amarillo Juan pierde el control de su máquina y va a parar contra el suelo causándose serios rasguños que, antes de amilanarlo, lo llenan de valor y coraje para continuar el último tramo que nos separa de Pueblo Viejo.
Cerca de las 2pm arribamos al santuario del Amancay. Atrás habían quedado los zigzagueantes caminos por aquella cadena de cerros interminables que enloquecen a los ciclistas. En unos de esos cerros habíamos despedido a Miguel y César que decidieron retornar a Lima antes de lo previsto.
Tras cruzar el portal del Santuario del Amancay, treinta minutos más arriba coronamos las ruinas de Pueblo Viejo, una ciudadela Inca enclavada en el seno de dicho santuario. Sólo Pedro decidió retornar antes a Pachacamac, pues el cansancio había causado mella en su organismo. Hasta aquí la mitad de la ruta había sido resuelta. Carlos y David, conocedores de estos destinos, tuvieron la gentileza de guiarnos a Juan y a mí hasta estos insospechados territorios llenos de historia y naturaleza viva. Luego de tomar las fotos de rigor descendimos a Pachacamac para buscar algo qué comer.
Eran las 3.20pm cuando, sentados casi todos al borde de una tarde poco eterna, nos traen los lomos saltados que fueron devorados en pocos minutos por nuestros famélicos cuerpos. A las 4pm enrumbamos pedales hacía Cieneguilla a ver qué historia nos depararía su famoso serpentín. Pedro decidió marcharse por la Panamericana Sur, por resultarle más cerca a su casa.
A las 5.30pm, ya con pocas fuerzas pero con muchas ganas de concluir el proyecto, iniciamos la trepada del serpentín de Cieneguilla, de casi 5km de distancia, la cual nos tomaría cerca de una hora. En este tramo vuestro amigo Juan demostró una vez más tener una performance física increíble, a pesar de su lesión en la pierna fue el primero en coronar la cima, ¿será tal vez su magro cuerpo que le permite levitar a medida que pedalea? ¿Será su vida hipersana que le permite afrontar con éxito la fatiga? O será tal vez algún pacto con alguna fuerza extraña de la naturaleza lo que le hace resistir con mucha solvencia condiciones que, de por sí, ya son bastante estresantes.
Ya en la cima y con el cuerpo casi descompensado la ruta estaba casi resuelta. A las 7pm nos despedimos de Carlos. A las 7.30pm Juan enrumbó a Santa Anita y a las 7.50pm me despedí de David en el trébol de la Javier Prado. A las 8.30pm planté mi cleta en la puerta de mi casa cerrando con esto un circuito ciclístico que significó todo un reto para siete avezados cicloviajeros que cada domingo a las seis, antes de la misa, se lanzan a rodar por los caminos del Perú.
Ver más fotos aquí:
En un tramo del recorrido por estos impresionantes cerros encontramos un lugar ideal, al borde del abismo, para perennizar el momento en una fotografía que nos recuerde nuestro paso por este ecosistema que vive cerca de nosotros y que por esta época del año se va desluciendo poco a poco a medida que se aproxima el verano y la poca neblina proveniente del mar ya no le es suficiente para conservar el verdor y la humedad de la cual hace gala entre los meses de junio y septiembre. Transcurrida la sesión de fotos, impulsamos nuestros velocípedos por un serpenteante y estrecho camino en donde estuve a punto de caerme de no ser por una roca que me sirvió de freno cuando mi cuerpo se dirigía cuesta abajo. Esta vez la suerte estuvo de mi parte, sin embargo, más adelante, Miguel no pudo librarse de una caída que le causó ligeros raspones en la pierna izquierda. Más tarde llegamos a otra cima de donde podía observarse Manchay y Pachacamac, desde aquí descendimos a velocidad insospechada hasta un lugar llamado San Judas Tadeo que pertenece al distrito de Manchay y pocos minutos después accedimos a la carretera que lleva a Pachacamac.
Era casi el medio día cuando llegamos al lugar donde los cicloviajeros acostumbran reabastecerse antes de continuar su ruta a Pachacamac. Con dos tercios de recorrido a cuestas no faltó alguno que esbozara cierto desánimo por concluir la ruta, sobre todo porque desde el cenit el sol proyectaba sobre nuestras testas sus intimidantes rayos infrarrojos que nos hacían recordar que nuestro periplo a Pueblo Viejo sería casi eterno y agotador. Sin embargo nadie claudicó y los siete descendidos de las lomas de Atocongo empuñamos pedales hacia Pueblo Viejo.
Luego de descender un corto tramo en dirección al pueblo de Pachacamac, un desvío nos pone sobre el cauce marchito de un río llamado Lurín, por el cual pedaleamos a nuestro antojo aprovechando su escaso caudal; en unos minutos más, ya en la margen izquierda de dicho río, hay un acceso que te lleva al circuito de Lomas de Pachacamac, por cuyos vericuetos fuimos rodando a bordo de nuestras maravillosas naves que discurrían orondas como peces en el agua, sin causar el mínimo impacto ambiental sobre estos hermosos parajes que son capaces de cautivar hasta al más insensible de los humanos. Así transcurrió nuestra apacible existencia hasta que en medio de un prado color amarillo Juan pierde el control de su máquina y va a parar contra el suelo causándose serios rasguños que, antes de amilanarlo, lo llenan de valor y coraje para continuar el último tramo que nos separa de Pueblo Viejo.
Cerca de las 2pm arribamos al santuario del Amancay. Atrás habían quedado los zigzagueantes caminos por aquella cadena de cerros interminables que enloquecen a los ciclistas. En unos de esos cerros habíamos despedido a Miguel y César que decidieron retornar a Lima antes de lo previsto.
Tras cruzar el portal del Santuario del Amancay, treinta minutos más arriba coronamos las ruinas de Pueblo Viejo, una ciudadela Inca enclavada en el seno de dicho santuario. Sólo Pedro decidió retornar antes a Pachacamac, pues el cansancio había causado mella en su organismo. Hasta aquí la mitad de la ruta había sido resuelta. Carlos y David, conocedores de estos destinos, tuvieron la gentileza de guiarnos a Juan y a mí hasta estos insospechados territorios llenos de historia y naturaleza viva. Luego de tomar las fotos de rigor descendimos a Pachacamac para buscar algo qué comer.
Eran las 3.20pm cuando, sentados casi todos al borde de una tarde poco eterna, nos traen los lomos saltados que fueron devorados en pocos minutos por nuestros famélicos cuerpos. A las 4pm enrumbamos pedales hacía Cieneguilla a ver qué historia nos depararía su famoso serpentín. Pedro decidió marcharse por la Panamericana Sur, por resultarle más cerca a su casa.
A las 5.30pm, ya con pocas fuerzas pero con muchas ganas de concluir el proyecto, iniciamos la trepada del serpentín de Cieneguilla, de casi 5km de distancia, la cual nos tomaría cerca de una hora. En este tramo vuestro amigo Juan demostró una vez más tener una performance física increíble, a pesar de su lesión en la pierna fue el primero en coronar la cima, ¿será tal vez su magro cuerpo que le permite levitar a medida que pedalea? ¿Será su vida hipersana que le permite afrontar con éxito la fatiga? O será tal vez algún pacto con alguna fuerza extraña de la naturaleza lo que le hace resistir con mucha solvencia condiciones que, de por sí, ya son bastante estresantes.
Ya en la cima y con el cuerpo casi descompensado la ruta estaba casi resuelta. A las 7pm nos despedimos de Carlos. A las 7.30pm Juan enrumbó a Santa Anita y a las 7.50pm me despedí de David en el trébol de la Javier Prado. A las 8.30pm planté mi cleta en la puerta de mi casa cerrando con esto un circuito ciclístico que significó todo un reto para siete avezados cicloviajeros que cada domingo a las seis, antes de la misa, se lanzan a rodar por los caminos del Perú.
Ver más fotos aquí:
donde se ubicaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
ResponderEliminarLas Lomas de Atocongo se localizan entre los distritos de Villa María del Triunfo y Manchay, se accede a ellas por la Av. 26 de noviembre en Villa María del Triunfo. Al inicio de esta crónica están las referencias de como llegar a este lugar.
ResponderEliminarSaludos.
el camino principal es en la urbanizacion jose galves del distrito de pachacamac , preguntan a cualquier lugareño la idreccion para ir a quebrada verde y te diran ada por las pista de las palmas , veran una hermosa vista se sorprenderan mucho de la vegetacion , bicicletean una hora y llegan ala molina por un corte camino =) tengo 18 pero me e recorrido todo con mis amigos sorprendiendome de toda la flora y fauna q tiene lima y q todavia no lo descubren algunos =)
ResponderEliminarExcelente descripción amigo Jorge.
ResponderEliminarSaludos.
Es lamentable la lotizacion de cerros sin estudio ambiental. estupenda aventura!
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