Eran las 4.30pm del día 15 del mes 11 cuando por fin llegué a Antioquía. Omar y yo estábamos exhaustos, el último tramo de 5km había mermado considerablemente nuestros cuerpos, mientras que un halo de mosquitos inmisericordes se empeñó a toda hora en no dejarnos coronar nuestro objetivo, sin embargo, en la última curva, un sosiego magnánimo se apoderó de mí cuando logré atisbar desde el sillín de mi bicicleta la puerta que da acceso a la ciudad de los colores. Unos metros más allá un vetusto letrero que decía ANTIOQUÍA confirmaba nuestro arribo y unos metros más arriba una blanca ciudad, como Macondo, se alzaba soberbia en las entrañas sempiternas de la sierra de Huarochirí.
Llegada a Antioquía
Así como José Arcadio Buendía decidió pintar de blanco las casas del onírico pueblo de Macondo, las autoridades de Antioquía hicieron lo propio en el 2004 y convocaron a los mejores artistas plásticos para que dieran rienda suelta a su creatividad e imaginación y fue en este contexto que el pintor peruano Enrique Bustamante ganara el primer premio del concurso internacional de pintura “Colores para Antioquía”, acicalando las fachadas de todo el pueblo con motivos de flora y fauna autóctonos y otros nacidos de su imaginación, lo cual hizo que este pueblo estampara su rúbrica en el mapa de destinos turísticos más importantes del Perú. Antioquía es, hoy en día, un pueblo pintoresco, lleno de fábula y de cuento, con ángeles andinos y aves con alforjas, soles que sonríen y flores que desbordan en color. Antioquía es, simplemente, un poema hecho ciudad.
Plaza Mayor de Antioquía.
Al llegar a la plaza mayor, Omar y yo empezamos a buscar a Julio, Moisés y Walter que se habían adelantado, no obstante no los hallamos por ningún lado, supusimos que estarían en algún restaurante del pueblo. Mientras tanto Armando, Pavel y Miguel aún estaban en ruta y tardarían por lo menos una hora en llegar, así que yo decidí almorzar in situ mientras que Omar prosiguió buscando al grupo de Julio.A duras penas pude sentarme en la silla del restaurante, la última trepada me había dejado totalmente descompensado, el sodio y potasio me habían abandonado por completo, necesitaba urgente ingerir alimento salado para reincorporarme. Cuando el grupo había decidido almorzar a las 11.40am en Nieve Nieve yo consideré que era demasiado temprano, razón por la cual me quedé sin comer hasta Antioquía, sin embargo los alimentos que siempre llevo en la mochila mitigaron mi hambre durante los 23km de ascenso. A las 4.40pm le eché manos a un “cabrito al horno” y a un “caldo de gallina” que resultaron ser un antídoto contra la somnolencia que me asechaba tras la pérdida de minerales a la que había estado expuesto mi organismo. Luego de diez minutos retorna Omar sin haber tenido éxito en su búsqueda de los desaparecidos, se toma un caldo de gallina y de ahí nos fuimos a la plaza mayor a esperar.
Plaza Mayor de Antioquía.
Unas cuantas fotos aquí, allá y acullá y nos dieron las 5.30pm. Julio, Moisés y Walter brillaban por su ausencia y según la gente del pueblo nadie había visto llegar a ningún ciclista, era como si las montañas se los hubieran tragado. Al único al que vimos bajar durante nuestro ascenso fue a Edwars, quien se marchaba raudo porque tenía una cena con su esposa. Mientras tanto Armando, Pavel y Miguel eran tan solo recuerdos en los anaqueles de mi memoria, la última vez que los vi ese día fue a las 3.10pm cuando estábamos a 8km de Antioquía, de ahí fue que yo me adelanté y alcancé a Omar.
A las 6pm, Omar y yo no sabíamos si esperar al grupo (¿a cuál de los dos?) o empezar a rodar cuesta abajo los 80km de distancia que separan Antioquía de nuestras casas, como aún estaba de día decidimos esperar 30 minutos más. Hasta aquí todo era un misterio, Armando, Julio, Pavel, Moisés, Walter y Miguel habían desaparecido del mapa, mientras que Omar y yo estábamos desterrados involuntariamente en medio de la cuenca del valle del río Lurín, a 1500msnm, en un lugar muy bonito pero desconocido por nosotros, donde además los celulares no sirven para nada. Finalmente nos dieron las 6.30pm y ya resignados de no ver llegar a nuestros compañeros y en vista de que ningún bus bajaba para Lima, tuvimos que colocar nuestros equipos de luces a las bicicletas y los reflectores y después lanzar una plegaria al cielo para que no nos pase nada en nuestro descenso por las montañas en medio de la completa oscuridad.
Con la noche a cuestas, en Antioquía, Lima-Perú.
Así nos lanzamos a rodar por la misma ruta por la que habíamos subido, solo que ahora apenas podíamos mirar el lugar por donde pasábamos, pues nuestras luces no eran tan potentes, es que no habíamos ido preparados para pedalear de noche. Con todos estos reveces no teníamos otra opción más que rodar a tientas por aquella ruta escarpada de la carretera Huarochirí. A las 7pm la tierra se oscureció por completo y el negro era total a nuestro alrededor, Omar y yo seguramente debimos parecer dos fantasmas rodantes buscando un destino para morir en paz, no sé cómo ni en qué momento el amor por la bicicleta y el ciclismo me han llevado a experimentar tamañas sensaciones en las que incluso he visto peligrar mi vida, sin embargo aquí sigo bregando a bordo de esta maravillosa máquina a la que he confiado mi destino sobre su único asiento de primera clase donde siempre viajo como un rey.
Manejar a obscuras por un abrupto sendero atravesando una retahíla de montañas interminables era muy osado de nuestra parte, a pesar de que Omar parecía sereno no lograba transmitirme su entusiasmo de rodar a ciegas por una ruta que ninguno de los dos había hecho antes en tales condiciones, si hubiéramos bajado en grupo la cosa hubiese sido hasta divertido, pero siendo solo dos ciclistas los riesgos aumentaban considerablemente.
A las 7.20pm llegamos a un pueblito, no sé cuál de todos era, pero las luminarias de sus faroles significaron un respiro para mi alma que se hallaba en vilo al no saber qué suerte me esperaría más abajo. Personalmente no acostumbro pedalear de noche y mucho menos por medio de montañas y caminos plagados de leyendas misteriosas que hacen zozobrar hasta al más corajudo de los mortales.
Manejar a obscuras por un abrupto sendero atravesando una retahíla de montañas interminables era muy osado de nuestra parte, a pesar de que Omar parecía sereno no lograba transmitirme su entusiasmo de rodar a ciegas por una ruta que ninguno de los dos había hecho antes en tales condiciones, si hubiéramos bajado en grupo la cosa hubiese sido hasta divertido, pero siendo solo dos ciclistas los riesgos aumentaban considerablemente.
A las 7.20pm llegamos a un pueblito, no sé cuál de todos era, pero las luminarias de sus faroles significaron un respiro para mi alma que se hallaba en vilo al no saber qué suerte me esperaría más abajo. Personalmente no acostumbro pedalear de noche y mucho menos por medio de montañas y caminos plagados de leyendas misteriosas que hacen zozobrar hasta al más corajudo de los mortales.
Descenso nocturno de Antioquía a Lima.
Pero nuestra suerte al parecer ya estaba echada, nadie vendría a salvarnos, solo nuestras bicicletas podían sacarnos de aquel lugar, al fin y al cabo no éramos sólo dos ciclistas, éramos cuatro seres con un único objetivo, salir de las montañas y llegar con bien a nuestras casas. Para llegar a Cieneguilla aún nos faltaba descender cerca de 30km, sabíamos que la cosa no sería fácil, una ponchada de llanta hubiera significado una burla de nuestra ingrata suerte y una mala caída hubiera significado un corolario infeliz de nuestro primer viaje a Antioquía, sin embargo nada de esto ocurrió, pues la suerte llegó detrás de nosotros, algún ángel de la ciudad de los colores nos mandó dos automóviles que se dirigían para Lima, en cuanto los vi llegar supe que ya no bajaríamos solos esos 30km de camino pedregoso y polvoriento que nos separaban de Cieneguilla. La mínima ayuda que podían darnos aquellos automóviles era que nos alumbraran el camino de regreso. Luego que pasaron delante de nosotros, Omar y yo, embebidos de un ánimo renovado, salimos en estampida tras esos vehículos motorizados que significaban nuestra tranquilidad para desplazarnos sin problemas por la carretera. Luego de hacerle una señal al conductor del segundo vehículo este accedió de buena forma para que nos colocáramos delante de él, pues había logrado comprender que nos hallábamos en problemas.
Ya con el auto detrás de nosotros alumbrándonos el camino pudimos descender a mayor velocidad, a veces alcanzábamos los 20 a 25km/h, de no haber sido así quizá hubiéramos bajado a 8 ó 10km/h y otra hubiera sido nuestra historia. No quiero ni imaginarme lo que pudo habernos sucedido si hubiéramos hecho la ruta solos bajando a velocidad de tortugas. En dos o tres ocasiones, cuando aún bajábamos solos, nos encontrábamos con personas caminando por la pista, en plena oscuridad, situación que me escarapelaba el cuerpo después de tantas historias que se cuentan por ahí con respecto a los caminos de la sierra. En ese momento más nos valía no volver la vista atrás para no llevarnos el susto de nuestras vida al ver como esos seres se volatizaban sobre la estela que dejaban nuestras llantas. Ya con el auto a nuestro detrás me sentía más seguro a pesar que no conocía a la gente que iba a bordo.
El descenso junto con el auto nos tomó cerca de una hora, hubo un momento en que una fuerte pendiente nos puso al límite antes de coronar la cima, en todo momento tuvimos que demostrar la suficiente capacidad para mantener la velocidad de tal modo que el chofer del vehículo no nos abandonara por ir demasiado lentos.
Al cabo de unos 25 minutos atravesábamos el pueblo de Sisicaya, solo recuerdo haber pasado velozmente por ese gran letrero donde se lee una frase sugestiva que a la letra dice: Sisicaya, tierra de mitos y leyendas. De ahí, pronto vino Nieve Nieve, el lugar donde debí haber almorzado, y después de unos cuantos minutos más ya estábamos cruzando el puente de Chontay, lugar que me resultaba familiar desde aquella inolvidable ruta de Intercuencas. A partir de aquí ya me sentía más tranquilo, sabía que la ciudad de Cieneguilla nos esperaba a la vuelta de la esquina o más bien a la vuelta de unos cuantos oteros que aún nos faltaban por cruzar. Qué bien que se portó aquel chofer con su familia que se apiadaron de nosotros, su compañía hizo que yo recobrara la serenidad y la confianza, como nunca había pedaleado como un demonio sobre un camino pedregoso, a estas alturas recordaba el tramo de cañaverales a ambos lados de la pista que parecía ser la entrada hacia un lugar tenebroso y sin retorno, esta vez mis líos con la oscuridad doblegaron mi templanza, sin embargo ahora pienso que hasta en la oscuridad uno puede reinventarse y recuperar la confianza en las personas que sin saber nada de ti ni tú de ellos te tienden una mano en el momento más difícil de tu vida.
A las 8.30pm el fulgor del alumbrado eléctrico de Río Seco nos anuncia que lo peor ya había pasado, nos detuvimos en la bodega donde a las 10 de la mañana nos habíamos reabastecido. Le dimos las gracias al chofer y a su familia quienes asintieron levantando la mano desde el automóvil. Recién aquí pudimos entablar contacto con Armando quien nos puso al tanto de lo acontecido, resultó que Pavel había sufrido un desperfecto irreparable en su bicicleta lo cual hizo que el grupo ya no continuara hacia el objetivo, más tarde se encontraron con el grupo de Julio que bajaba desde Antioquía, con los cuales Omar y yo, misteriosamente, nunca nos encontramos. Armando decidió apoyar a Pavel hasta embarcarlo en un auto hacia La Molina, mientras que los demás siguieron descendiendo hasta Nieve Nieve donde esperarían a Armando. Al llegar a Nieve Nieve Armando tampoco encontró al grupo y pedaleó solo hasta el óvalo de Cieneguilla donde vuelta se reencontraron para partir juntos hacia Lima. Julio y Walter treparon el serpentín de noche, lo cual habla bien de su buen estado físico, sobre todo de Julio que a las 7 de la mañana había sufrido una aparatosa caída producto de los ladridos de un perro, lo cual le produjo serios raspones que le obligaron a tomar pastillas para el dolor y la inflamación.
A las 8.50pm, cuando ya se sabía que todos habíamos sobrevivido a la aventura de Antioquía, Omar y yo descendimos por la avenida Nueva Toledo hasta el óvalo de Cieneguilla, que lucía macabro bajo el crespón de la noche. En eso, casi detrás de nosotros, un mototaxista caído del cielo acepta llevarnos por diez soles hasta la cima del serpentín de Cieneguilla, raudamente acomodamos las bicicletas y en menos de veinte minutos ya estábamos rodando otra vez por la avenida Las palmeras que conduce a La Molina.
Ya con el auto detrás de nosotros alumbrándonos el camino pudimos descender a mayor velocidad, a veces alcanzábamos los 20 a 25km/h, de no haber sido así quizá hubiéramos bajado a 8 ó 10km/h y otra hubiera sido nuestra historia. No quiero ni imaginarme lo que pudo habernos sucedido si hubiéramos hecho la ruta solos bajando a velocidad de tortugas. En dos o tres ocasiones, cuando aún bajábamos solos, nos encontrábamos con personas caminando por la pista, en plena oscuridad, situación que me escarapelaba el cuerpo después de tantas historias que se cuentan por ahí con respecto a los caminos de la sierra. En ese momento más nos valía no volver la vista atrás para no llevarnos el susto de nuestras vida al ver como esos seres se volatizaban sobre la estela que dejaban nuestras llantas. Ya con el auto a nuestro detrás me sentía más seguro a pesar que no conocía a la gente que iba a bordo.
El descenso junto con el auto nos tomó cerca de una hora, hubo un momento en que una fuerte pendiente nos puso al límite antes de coronar la cima, en todo momento tuvimos que demostrar la suficiente capacidad para mantener la velocidad de tal modo que el chofer del vehículo no nos abandonara por ir demasiado lentos.
Al cabo de unos 25 minutos atravesábamos el pueblo de Sisicaya, solo recuerdo haber pasado velozmente por ese gran letrero donde se lee una frase sugestiva que a la letra dice: Sisicaya, tierra de mitos y leyendas. De ahí, pronto vino Nieve Nieve, el lugar donde debí haber almorzado, y después de unos cuantos minutos más ya estábamos cruzando el puente de Chontay, lugar que me resultaba familiar desde aquella inolvidable ruta de Intercuencas. A partir de aquí ya me sentía más tranquilo, sabía que la ciudad de Cieneguilla nos esperaba a la vuelta de la esquina o más bien a la vuelta de unos cuantos oteros que aún nos faltaban por cruzar. Qué bien que se portó aquel chofer con su familia que se apiadaron de nosotros, su compañía hizo que yo recobrara la serenidad y la confianza, como nunca había pedaleado como un demonio sobre un camino pedregoso, a estas alturas recordaba el tramo de cañaverales a ambos lados de la pista que parecía ser la entrada hacia un lugar tenebroso y sin retorno, esta vez mis líos con la oscuridad doblegaron mi templanza, sin embargo ahora pienso que hasta en la oscuridad uno puede reinventarse y recuperar la confianza en las personas que sin saber nada de ti ni tú de ellos te tienden una mano en el momento más difícil de tu vida.
A las 8.30pm el fulgor del alumbrado eléctrico de Río Seco nos anuncia que lo peor ya había pasado, nos detuvimos en la bodega donde a las 10 de la mañana nos habíamos reabastecido. Le dimos las gracias al chofer y a su familia quienes asintieron levantando la mano desde el automóvil. Recién aquí pudimos entablar contacto con Armando quien nos puso al tanto de lo acontecido, resultó que Pavel había sufrido un desperfecto irreparable en su bicicleta lo cual hizo que el grupo ya no continuara hacia el objetivo, más tarde se encontraron con el grupo de Julio que bajaba desde Antioquía, con los cuales Omar y yo, misteriosamente, nunca nos encontramos. Armando decidió apoyar a Pavel hasta embarcarlo en un auto hacia La Molina, mientras que los demás siguieron descendiendo hasta Nieve Nieve donde esperarían a Armando. Al llegar a Nieve Nieve Armando tampoco encontró al grupo y pedaleó solo hasta el óvalo de Cieneguilla donde vuelta se reencontraron para partir juntos hacia Lima. Julio y Walter treparon el serpentín de noche, lo cual habla bien de su buen estado físico, sobre todo de Julio que a las 7 de la mañana había sufrido una aparatosa caída producto de los ladridos de un perro, lo cual le produjo serios raspones que le obligaron a tomar pastillas para el dolor y la inflamación.
A las 8.50pm, cuando ya se sabía que todos habíamos sobrevivido a la aventura de Antioquía, Omar y yo descendimos por la avenida Nueva Toledo hasta el óvalo de Cieneguilla, que lucía macabro bajo el crespón de la noche. En eso, casi detrás de nosotros, un mototaxista caído del cielo acepta llevarnos por diez soles hasta la cima del serpentín de Cieneguilla, raudamente acomodamos las bicicletas y en menos de veinte minutos ya estábamos rodando otra vez por la avenida Las palmeras que conduce a La Molina.
Óvalo de
Cienguilla, 9.30pm.
En la cumbre de la Av. Las Palmeras, rodada hacia Lima.
A las 10.30pm pasamos por el grifo Primax, cerca a la universidad de Lima, donde a las 6 de la mañana esta aventura se había iniciado. Unos minutos más tarde Omar y yo rodamos desaforadamente a casi 40km/h por la Panamericana Sur hasta el puente Atocongo y de allí hasta el Hospital María Auxiliadora donde nos despedimos después de una magna ruta.
A las 11pm, con las piernas adoloridas y los párpados entrecerrados, aún no podía creer que esta maravillosa máquina que se ha convertido en una importante parte de mi vida me había hecho descender desde la sierra hasta la costa y me había traído a dormir hasta el lugar más seguro de mi mundo, mi casa
Ver álbum de fotos aquí:http://picasaweb.google.com/ciclotrebud/LimaAntioquiaLima151109#
ATTE
Dúbert Díaz R.
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Alguna vez eh pensado en ir a huarochiri en bicicleta.. pero creo q me falta mucho para eso pero si se animan hacerlo denuevo tengo familia ahi y espacio suficiente para albergar unas 8 personas B)
ResponderEliminarGracias Alan, tomaremos en cuenta tu invitación para una próxima visita a Antioquía.
ResponderEliminarSaludos.