Eran las 7 de la mañana cuando los pedales empezaron a girar...
El abyecto panorama de La Oroya tiene muy poco que ofrecer al visitante, salvo sus 3750msnm que significan un gran reto para cualquier cicloviajero que ose venir hasta aquí para rodar cuesta arriba en dirección a Ticlio, punto más alto de la carretera central situado a 4818 msnm. Obviamente, luego de coronar Ticlio a puro pedal, el descenso a Lima iba a ser espectacular, sobre todo para los que habían venido por primera vez.
Momento antes de la partida (La Oroya-Perú, 3750msnm).
Ascender 45km en bicicleta (La Oroya-Ticlio) no iba a ser nada sencillo, todos lo sabíamos, sin embargo allí estábamos para cumplir el reto, soportar el frío y vencer el soroche. Por esta época del año el clima suele ser favorable, pero estábamos en la Puna, uno de los ecosistemas más impredecibles de la geografía peruana, en este lugar el tiempo puede variar de un momento a otro.
Trepada a Ticlio.
Después de 3 horas de viaje, cuando ya casi habíamos recorrido 25km, unas gotas de agua sobre la pista nos anuncian que algo está por suceder, el ambiente se pone sombrío y una fina gasa de niebla se apodera del entorno, a los pocos segundos el aguacero arrecia y unos cristales de hielo empiezan a estrellarse con nuestros cascos. Mientras buscábamos los impermeables, granizo y agua iban arremetiendo en caída libre, sin piedad, y bastaron pocos segundos para quedar completamente empapados. El frío era intenso y la situación bastante seria, la diversión parecía haber llegado a su fin, no había donde guarecerse, estábamos en medio de la carretera, rodeado de montañas, lejos de cualquier centro poblado, sólo Arturo y yo habíamos llevado impermeables, mientras que Gerson, Daniel, Christian y Jorge tuvieron que soportar con estoicismo tamaña calamidad, mientras que Gabriel lograba esquivar el aguacero con un impermeable improvisado de bolsa de plástico.
Instantes en que nos sorprendió la tormenta.
Sólo quedaba esperar a que escampara la tormenta, pero aquello era muy arriesgado, lo mejor era seguir pedaleando y buscar un refugio, no obstante la comunidad más cercana (Pucara) estaba a 5km aproximadamente, sortear esa distancia en tales condiciones y a 4200msnm iba a ser un viacrucis, sin embargo no nos quedó otro remedio y así lo hicimos, rodamos a duras penas, hasta que la suerte nos salió al paso cuando un ómnibus sin pasajeros se detuvo para auxiliarnos. Gabriel y yo fuimos los últimos en subir, por un momento pensé que el bus nos dejaría, apuramos el paso y en un santiamén ya estábamos encaramados del estribo, mientras que Gerson iba tomando las mejores fotografías del rescate.
Bus al rescate.
El bus no nos llevó hasta Pucara y mucho menos a Ticlio, sólo hasta un campamento de mineros donde encontramos al fin un refugio. Allí esperamos a que pasara la tormenta. Las últimas noticias sobre Ticlio traídas por los mineros, decían que allá no estaba lloviendo y que, por el contrario, había mucha iluminación solar, aquello nos hizo recobrar la esperanza de poder continuar rodando hacia la cumbre.
Luego que escampara la tormenta y con la pista aún mojada seguimos nuestro viaje a Ticlio, primero había que llegar a Pucara y de allí a Morococha, aún faltaban poco más de 16 km para coronar el objetivo.
Daniel y Jorge decidieron buscar un carro para terminar el ascenso, pero no tuvieron suerte, así que siguieron pedaleando. En este momento recién caímos en la cuenta de que Christian no estaba con nosotros, todo parecía indicar que en medio de la tormenta él había salido en estampida salvaguardado por sus propios demonios.
Vuelve la esperanza de coronar Tilcio en bicicleta.
A las 11.30am el aguacero ya era historia, el sol volvió a brillar y la temperatura aumentaba paulatinamente; el tiempo se volvió propicio para los pedales, no obstante el soroche empezó a hacer su trabajo en nuestro cuerpo. Gerson, Arturo y Gabriel se alejaron prontamente, mientras que Daniel y yo íbamos haciendo nuestro mejor esfuerzo. Jorge logró encontrar un camión que lo llevara a Ticlio.
Cuando llegué a Pucara me dirigí a una tienda para buscar comida y de pasada alguien con quien conversar, pues me andaba quedando dormido por el soroche, hizo falta una segunda pastilla para reanimarme. Mientras esperaba a Daniel entablé conversación con dos señoritas del lugar.
La última vez que vi a Daniel en este viaje fue en Pucara y hasta nos tomamos una fotografía en la salida del pueblo, de allí yo me alejé hasta llegar al otro centro poblado, donde un niño me vendió unas mandarinas muy extrañas.
Avistamiento de Pucara.
Era la 1.20pm cuando caí en la cuenta de que ya no llegaría a Ticlio en bicicleta, un cúmulo de nubes negras se veía venir desde lo alto de la cordillera y el niño de las mandarinas raras sabiamente me dijo que llovería otra vez, así que decidí esperar un carro.
En vista que ningún auto me recogía apuré pedales en dirección a Morococha. No pasaron ni 30 minutos y el cielo se destapó y una vez más el agua y el granizo me salieron al encuentro. En ese instante me acordé de Daniel, él no llevaba impermeable ¡Pobre Danie!, dije, ojalá encuentre pronto un lugar donde guarecerse. Inmediatamente me puse mi impermeable y enrumbé pedales a Morococha, cuando llegué allí el panorama era fúnebre, desolador, me refugié en el paradero de buses donde un joven llamado Benavides llegó con un saco de Ichu que iba a usar para la cama a sus cerdos.
Vuelve la tormenta.
Más de una hora esperé a Daniel en Morococha, pero nunca llegó.
Mientras hablaba con Benavides iba levantando mi bicicleta con las manos para generar calor, según Benavides un bus me recogería en cualquier momento, pero cuando me puse a levantar la mano ninguno paraba, mientras tanto, a lo lejos, el cielo de Ticlio se iba anunciando negro como un carbón. Benavides me hablaba de sus cerdos y de su vida sencilla por los campos grises de Morococha, él sabía interpretar mejor que nadie los códigos de la naturaleza, me decía que las condiciones iban a empeorar y yo ciertamente le creía, así que tomé la decisión de marcharme de allí. Levanté una y mil veces la mano pero nadie me recogía, ¡maldita sea!, decía, ¿acaso ningún transportista se puede apiadar de mí?...
Luego de proferir una retahíla de improperios y profundamente estresado por el desamparo, cuando mis manos ya estaban entumecidas y mi cuerpo manifestaba indicios de hipotermia, aparece un Volvo azul que transportaba minerales, su conductor respondió a mi llamado y me hizo una seña para que subiera, en el acto Benavides se trepó a la tolva y me ayudó a subir la bicicleta, a las justas pude despedirme de él y agradecerle por su compañía. Era la primera vez que me subía a uno de estos carros, sólo recuerdo que en un arranque de destreza inverosímil logré asirme del estribo antes de que el chofer empezara a rodar tamaña máquina.
Vista de Morococha desde el paradero del bus.
Una vez instalado en el copiloto del camión la serenidad me vino al cuerpo. A medida que ascendíamos a Ticlio vi como el hielo se iba imponiendo en el paisaje mientras que copos de nieve se iban estrellando contra el parabrisas del carro. En ese momento me vino a la mente la sonrisa de doña Luchita, una viejecita muy bajita, a la que había visitado unas horas en su humilde casa de las afueras de La Oroya, le había llevado unas fotografías y regalos para sus nietos por habernos atendido muy bien la vez que pasamos por allí en mayo de 2010.
El conductor se llamaba Jorge, un hombre de piel curtida por el frío, huancayino, con una familia de la que estaba muy orgulloso y con una experiencia de más de 20 años manejando su camión por todo el Perú. Había montado bicicleta en sus años mozos y hasta había participado en rallys de ciclismo en su ciudad natal. Conocía la ruta al Huaytapallana y me invitó a realizarla con sus hijos cuando yo decidiera darme un salto por Huancayo.
Vista del ascenso a Ticlio desde la ventana del camión.
A las 3.15pm llegamos a Ticlio, paramos allí para tomarnos unas fotos; el niño que allí vende maní me dijo que hace mucho rato varios ciclistas habían bajado en carro, yo sólo esperaba que en ese grupo también estuviera Daniel, pues no supe nada de él desde la última vez que lo vi en Pucara. Al niño le di unos presentes, además de unas fotografías que me tomé con sus amigos en el 2010. El se ofreció a tomarnos las fotos en la nieve y desde luego también quiso ser fotografiado para que la próxima vez que vuelva a Ticlio le lleve su fotografía impresa. El panorama de Tilcio era espectacular, nunca había tenido la suerte de encontrarme con la nieve, tal vez esa fue la recompensa mayor después de haber superado tamaña desgracia. Todo tuvo que suceder rápidamente, pues la ropa que llevábamos no era apropiada para permanecer mucho tiempo a temperaturas bajo cero, así que tomamos las fotos y nos fuimos.
En Ticlio con el amigo Jorge.
En Ticlio con el niño que vende maní.
El descenso desde Ticlio fue de vértigo, viajar en camión en tales condiciones también tiene sus riesgos, sólo Jorge se entendía con su pesada máquina, yo a veces ni le conversaba para que él no desatendiera el camino, pues el primer error sería el último. Bajando la cuesta vimos como otro camión se había descarrilado y había ido a parar a la canaleta del desagüe para estrellarse luego contra la montaña, ver aquel cuadro desolador me puso en alerta, no le quité los ojos de encima a la carretera hasta que las condiciones atmosféricas fueron cambiando a medida que fuimos bajando. En Chicla paramos un momento para comer y allí recién supe que Daniel y Jorge se encontraban en San Mateo y que continuarían el viaje en un camión hasta Lima.
Camión descarrilado en el descenso de Ticlio.
A las 4.30pm llegamos a San Mateo y allí me despedí de Jorge, le di las gracias por su ayuda y por su amistad, yo abordaría un bus hasta Chosica y de allí un auto hasta el óvalo Santa Anita.
El viaje a Chosica fue un martirio, dos horas de viaje, bus repleto de pasajeros, ventanas cerradas, olores hediondos y unas ganas inmensas de terminar con todo esto, tal vez hubiera sido mejor seguir en el camión de Jorge.
En el camino supe que Gabriel había escapado de la tormenta de Ticlio en una camioneta que lo llevó directo a Lima. Gerson y Arturo también hicieron lo propio. Sólo Christian, que apuró pedales desde el comienzo, logró rodar hasta Lima sin mayores complicaciones.
El viaje a Chosica fue un martirio, dos horas de viaje, bus repleto de pasajeros, ventanas cerradas, olores hediondos y unas ganas inmensas de terminar con todo esto, tal vez hubiera sido mejor seguir en el camión de Jorge.
En el camino supe que Gabriel había escapado de la tormenta de Ticlio en una camioneta que lo llevó directo a Lima. Gerson y Arturo también hicieron lo propio. Sólo Christian, que apuró pedales desde el comienzo, logró rodar hasta Lima sin mayores complicaciones.
La Puna es ante todo una tierra de extremos, aquí no podemos prever en qué momento cambiará el tiempo, quizá sus habitantes naturales si puedan saberlo, pero nosotros, simples y citadinos mortales, estamos al margen de tamaña sabiduría.
Ver álbum de fotos aquí: RodandoPerú-Fotos.
ATTE
Dúbert Díaz.
RodandoPerú
Conoce el Perú primero y si es en cleta mejor. La bicicleta genera sueños de libertad, con ella puedes ser capaz de llegar a cualquier lugar del planeta impulsándote con el motor de tu propio cuerpo.
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Cuando viajes por la naturaleza no la ensucies, hazte cargo de la basura que produces.
Ver vídeo, cortesía de KeniroBike.
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Assim é que é!
ResponderEliminarMesmo com tempo de chuva e frio não não deixam de pedalar.
Saludos desde Portugal.
Gracias Carlos, saludos para ti desde Perú.
ResponderEliminarAtte.
Dúbert Díaz.