Rodando por los caminos del Perú
El domingo 30 de agosto me enrolé en un grupo de nueve avezados ciclistas decididos a conquistar los abismos de San Miguel de Viso, hasta entonces un lugar ignoto para mí. Lo cierto es que nadie del grupo había ido antes por allá, sin embargo aquello no fue obstáculo para dar rienda suelta a la aventura que ya nos tiene acostumbrado nuestro modesto oficio de cicloviajero. Es así cómo a fuerza de pura voluntad y ganas desaforadas de rodar nos fuimos por la ruta de lo desconocido.
Luego de haber pedaleado durante dos horas de Lima a Chosica, tiempo justo para alcanzar a Arturo, Gerson (KeniroBike), Kamary, Carlos (Y todo a pedal), Víctor y otros amigos que conocí allí, inicié mi periplo hacia la sierra de Huarochirí, llevado por un bus que en pocos minutos nos condujo a todos hasta el distrito de San Mateo (Km 95 de la carretera central), de donde iniciamos el descenso hacia Tambo de Viso (Km 81), un lugar enclavado en las enigmáticas alturas de la sierra de Lima, custodiado por enormes montañas que se elevan como dioses ante nuestro atónito mirar.
Luego de unas fotos de rigor iniciamos la trepada por un camino por donde era casi imposible pedalear, razón por la cual muchos decidimos caminar convirtiéndose así nuestro periplo en una ciclocaminata que dejó enormes satisfacciones, pues al fin y al cabo nosotros sabemos que el ciclismo comulga bien con el trekking, después de todo éramos sólo unas criaturas endebles y extrañas dentro de ese ecosistema que hacía de la suyas con nuestra frágil humanidad.
Luego de una hora de caminar y rodar por aquella trocha abrupta y empinada sólo era posible divisar abismos y más abismos aderesados con unos que otros Ichus, Molles y Cactus, así como paisajes emblemáticos que hacían gala de miles de años de evolución.
Treinta minutos más tarde, bastante desmejorados por la ciclocaminata, recién pudimos observar el pueblo de San Miguel de Viso, situado a 3000 msnm, colocado como un nacimiento navideño en lo alto de una montaña y resguardado por cientos de montañas aún más altas que se imponían como celosos guardianes de aquel lugar.
Después de siete kilómetros de ascenso, arriando nuestras bicicletas y famélicos a más no poder, por fin pudimos sentar nuestras posaderas en la plaza mayor de San Miguel de Viso, cristalizando así el sueño de un biker llamado Arturo y de otro llamado Gerson, culpables de que estuviéramos ahí. En el acto, un par de niños nos salen al encuentro y nos dicen que nunca habían visto venir un ciclista por sus tierras. Mientras tanto el pueblo celebraba una fiesta y la población en pleno se hallaba concentrada en un lugar distinto de la plaza mayor, lo cual fue motivo para que ocupáramos a nuestras anchas dicho recinto y fue en ese mismo lugar donde armamos el “bufé del ciclista”, la especialidad de la casa: atún con galletas, papas lay y bebidas adquiridos en una bodega que se quedó sin reservas luego que nuestro hambre viajero se apoderó de todo lo que se podía comer en aquel lugar.
Luego del almuerzo hicimos un registro fílmico y fotográfico del pueblo que, a propósito, luce muy bien y limpio. En uno de sus flancos hay una estatua de un ángel cuya espalda mira hacia un abismo de cuyo acantilado se puede observarse un imponente paisaje.
El acceso a la plaza mayor está precedido por una calle empedrada, a modo de escalinata. Hay otra entrada para el ingreso de vehículos, la cual conduce a la trocha carrozable por donde ascendimos.
A las tres de la tarde emprendimos el retorno, pero esta vez cortamos por un desvío de infarto, donde apenas cabías tú y tu bicicleta, el que se atrevía a pedalear por ese estrecho camino seguro que no estaba bien de la cabeza, no obstante algunos osados decidieron hacerlo con relativo éxito. El zigzagueante camino al borde de precipicios inimaginables no sería tan complicado si no tuvieras que cargar con tu bicicleta, pero más valía que te sujetes bien y sujetarla también a ella, pues ambos somos una unidad en esta suerte de peligros a los que nos exponemos voluntariamente algunos ciclistas, una mala pisada habría bastado para que tu voz se apague para siempre en la oquedad de esas montañas. Para suerte de todos, el descenso fue exitoso. Luego de pasar por una catarata llamada “miguelina” comenzamos a rodar cuesta abajo hasta llegar de nuevo al punto de partida (km 81 de la carretera central), hasta aquí lo mejor de la ruta ya había culminado.
Luego de protegernos contra el frío iniciamos el descenso hacia Lima. A la altura de Matucana (Km 75) cortamos por una trocha que lleva a San Jerónimo de Surco, estupenda ruta que te libera de la tensión que te generan los buses de la carretera central. Después de Surco todo fue asfalto hasta Chosica, previa ponchada de la llanta de Carlos en Ricardo Palma, luego un breve lonche chosicano a las 7pm y de allí hasta Vitarte (tráfico infernal). En el camino se fueron despidiendo Víctor, Arturo, Edgar y Carlos. Finalmente a las 9pm en el trebol de la Av. Javier Prado me despedí de Gerson, Kamary y Jonathan. Al llegar a mi casa a las 10pm mi odómetro marcaba 150 kilómetros, nada mal para un día completo de cicloaventura.
Ver más fotos aquí:
http://picasaweb.google.com/ciclotrebud/SanMiguelDeVisoHuarochiriPeru300809#
Ver vídeo aquí: http://www.youtube.com/watch?v=CYpX1oQPDy8
No hay comentarios:
Publicar un comentario