Para el pueblo Ishma (s. XII al s. XV d.C.), cuyo principal centro de desarrollo fue la ciudad de Pachacámac, no sería raro ver que algunos de sus habitantes se alejara caminando por entre las montañas que separan los valles de los ríos Lurín y Rímac, pues estos hombres dominaron por tres siglos dichos espacios y abrieron extensos caminos entre los cerros inhóspitos, llegándose a consagrar como buenos agricultores, pescadores y comerciantes. Más tarde el pueblo Ishma fue asimilado pacíficamente al imperio Inca, legándole sus caminos (pre-Incas) que habían construido entre el desierto y el pingüe valle del Rímac.
Otrora los tiempos fueron distintos, ahora nadie caminaría 40 km para ir de Pachacámac a Chaclacayo, cruzando los cerros, con la intensión de llevar un mensaje o de hacer algún intercambio comercial, pues para ello están las vías de comunicación más modernas.
Bajo este contexto, guiados por el sano hábito de la aventura, otros ciclistas alistaron sus mejores caballos de aluminio o fierro y se lanzaron a la ruta desconocida. Se agruparon KeniroBike, Ytodoapedal y RodandoPerú y, por su parte, MTB Riders Perú hizo lo propio.
De La Molina a Chaclacayo fue como un juego de computadoras, sorteando los inefables cuadrúpedos rodantes de nuestro parque automotor.
Ya en Chaclacayo (puente los Ángeles) éramos ocho: Gerson, Kamary, Pedro, Edgar, Juan, Eduardo, Aldo y yo. Carlos se disculpó con Gerson y dijo que no vendría. Pedro desistió antes de California y emprendió el retorno. En este lugar nos abastecimos de lo necesario antes de partir hacia la Quebrada California y de ahí a Chontay y Cieneguilla.
La trepada, por la margen izquierda del Rímac, es de inicio suave, pero se va inclinando ligeramente hasta llegar a un lugar llamado “Asociación de vivienda Rinconada de California”. Tras cruzar las rejas metálicas que dan acceso a este poblado la ruta se va poniendo cada vez más exigente y la carretera se vuelve una trocha carrozable, asimismo el verdor del valle del Rímac se va perdiendo inmisericordemente tras nuestras espaldas. Al mirar a nuestro frente, en lontananza, se observa un árido paisaje rodeado por una cadena interminable de cerros, el camino se inclina más cuesta arriba y a duras tientas vas rodando con tu velocípedo ganándole metros a la altura.
Luego de 30 minutos de ascenso ya se esbozaban los primeros jadeos que nos iban a acompañar durante las tres horas que nos tardaría coronar la cima. En nuestro primer descanso comenzaron las bromas sobre a quién se le había ocurrido tamaña empresa de cruzar la sierra de Huarochirí para llegar a la costa. Sin lugar a dudas era una cosa de locos estar allí tratando de maniobrar una bicicleta que apenas podía rodar por aquel terreno pedregoso y arenoso, era casi imposible pedalear por aquel camino y si lograbas hacerlo avanzabas muy poco, así que a caminar se ha dicho, un poco de ciclotrekking no nos caería mal, después de todo poseemos los genes de los chasquis y no había porque molestarse.
A medida que íbamos subiendo el silencio se apoderaba completamente del paisaje y el sol de medio día no daba tregua para recuperarse del cansancio, la sensación de sed era cada vez más intensa pero había que controlarla como sea pues el próximo lugar de reabastecimiento era Chontay y se hallaba como a 15km de distancia. La última bodega que vimos en California no fue más que un vago recuerdo en ese instante.
Después de 30 minutos más de ciclocaminata ya se podía vislumbrar la tan ansiada cima, sin embargo el inclinado y abrupto sendero se mostraba inexorable con nosotros y, de vez en cuando, nos hacía perder la paciencia y el espíritu aventurero que nos había llevado por esos lares, no obstante el buen humor se mantuvo en todo momento y había que reírse de todo, hasta de nosotros mismos, para no colapsar en el intento.
Aldo y Eduardo decidieron adelantarse, luego le siguieron Edgar y Juan, mientras que Gerson, Kamary y yo nos quedamos rezagados por algún tiempo. Ya en la penúltima curva, antes del abra, nuestro estado físico había empezado a sufrir los rigores de la ruta, por mi parte, apenas podía arrastrar mi bicicleta con las manos, mis niveles de glucosa disminuían considerablemente cada vez que retomaba el viaje, casi todo los alimentos energéticos y proteicos que llevé para el camino los consumí antes de llegar al abra. Mí último recurso fue beber un complemento alimenticio que había reservado para esa ocasión, el cual tuve que compartirlo con Gerson y Kamary, pues consideré una falta de consideración a mis amigos bebérmelo yo sólo en un momento tan crucial de nuestras vidas. Lo lamentable de todo fue que el complemento alimentico tampoco funcionó, el desgaste físico era tan grande que nuestras fibras musculares usaron los micronutrientes a la velocidad de la luz, así que tuvimos que resignarnos a seguir caminando y jalar nuestras bicicletas a duras penas hacia la codiciada cima. Más tarde, Kamary sacó fuerzas de la serpiente que llevaba en su pecho y emprendió la estampida cuesta arriba hasta coronar la cima, le siguió Gerson, alentado por el furor de su hermano, mientras que yo decidí quedarme a descansar a la vera del camino y aprovechar a tomar unas fotografías de ese paisaje portentoso, silente, casi abiótico, donde los únicos habitantes parecen ser unas cactáceas imponentes (tipo candelabros) y unas herbáceas de flores amarillas que compartían el hábitat con unas frágiles gramíneas, además de algunas escurridizas lagartijas que se mimetizaban con las rocas.
Después de casi dos horas y media de abrupta subida estaba yo en la cima, a 1600 msnm aproximadamente, la vista desde allí era impresionante, a un lado se desdibujaba el valle del Rímac y al otro lado lo único que se podía ver era la soledad perpetua atravesada de cerros y más cerros que para nada dejaban ver el valle del río Lurín, nuestro próximo objetivo, pero eso es otra historia, por ahora había que saciar el hambre de nuestros cuerpos famélicos que eran capaces de tragarse el atún con lata y todo, un poco de limón, unas cuantas galletas y mucha agua para soportar el implacable sol que nos iba a acompañar durante todo el descenso.
El descenso tardó cerca de dos horas y media, el primero en lanzarse fue Aldo, le siguieron Eduardo y Edgar, los tres se lanzaron por aquel camino de herradura que se mostraba al inicio fácilmente cleteable. Los cuatro restantes nos quedamos a esperar a que Kamary hiciera milagros con la llanta de la bicicleta de Gerson que, a pesar que ya contaba con dos rayos menos, había resistido con estoicismo el rigor de la trepada, sin embargo ahora daban problemas la llanta y la cámara, las cuales fueron reparadas con paciencia de cirujano por las benditas manos de Kamary, quien es un experto en estos menesteres.
Cuando ya estuvo lista nos lanzamos a la aventura sin saber que allá abajo el martirio sería casi peor que la subida, los vericuetos por donde rodábamos eran bastante estrechos y había piedras en el camino que entorpecían la marcha, “el primer error era el último”.
Sin embargo eso no era lo más penoso, lo trágico aconteció cuando llegamos a un punto en que el camino desaparecía por completo y las rocas de todo tamaño se interponían a tu paso, mermando las ilusiones de encontrar Chontay varios kilómetros más abajo. No obstante las ganas persistían y en ese instante era cuando más se cumplía el dicho del poeta A. Machado que a la letra dice: “…caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, así que tuvimos que sortear con vehemencia aquellas pétreas estructuras que dificultaban nuestro paso, bicicleta al hombro y a caminar se ha dicho. Así fuimos creando nuestro propio camino para acceder a aquellos que aún persistían a los caprichos de la naturaleza.Fue un discurrir bastante largo, algunos tramos podían hacerse montados en la bicicleta, pero la mayor parte del camino era prácticamente intransitable a puro pedal. De esta forma íbamos cuesta abajo, abrigando la esperanza de encontrar Chontay para beber agua fresca. El panorama era bastante desolador, senderos mutilados, montañas por doquier y rocas de todo calibre otorgaban al paisaje un matiz espantoso que te hacían sentir una criatura miserable en medio de la nada. Hacia el lado derecho, y por debajo de nosotros, discurría el cauce del Río seco, el cual descendía desde lo alto de las montañas abriéndose paso caprichosamente por donde había querido. La naturaleza allí ha impuesto su orden y a pesar del aparente pandemonio que se observa, en ese ecosistema aún hay vida, las cactáceas lucen más esbeltas y colosales y las herbáceas ostentan flores amarillas y blancas, las lagartijas se siguen cruzando por el camino y algunos mosquitos hematófagos hacen mella en las pantorrillas.
A los tres ciclistas que bajaron primero nunca los volvimos a ver, supongo que sobrevivieron a la tenaz cicloaventura de Intercuencas, más tarde sabríamos que por lo menos uno estaba vivo esperando en la casa de Gerson.
Culminando el cauce del Río seco, muy cerca de Chontay, hay un área que se está lotizando y los terrenos están cercados con alambres de púas, que apenas pueden verse a la distancia, si no fuera por Gerson, que los vio primero, habríamos quedado engarzados por el cuello, con un corolario infeliz al final de la jornada.
http://picasaweb.google.com/ciclotrebud/IntercuencasLimaChaclacayoChontayCieneguillaLima130909#
bueno a mi me dijeron que la asoc vivienda la rinconada de california es muy bonito pero biend0 la realidad no tiene cara de asoc si no mas bien de AA HH
ResponderEliminarEn aquel lugar hay un aparte que está urbanizada y otra que es un asentamiento humano.
ResponderEliminarSaludos.