Rodando por los caminos del Perú
Un 3 de diciembre de 2009 el profeta Carlos (ytodoapedal) había pensado en voz alta y dijo: “Y si vamos a recorrer el Camino Inca del Valle del Río Lurín?”… en eso, los puntos suspensivos cedieron al silencio y la comunidad virtual de ciclismo enmudeció por un momento casi eterno. Pese a la desbocada empresa que se había propuesto vuestro amigo, y al poco eco que tuvo su convocatoria, éste enrumbó pedales y se fue cortando el viento hacia el Este. A los pocos días comunicó sus resultados en una escueta crónica de dos líneas (poco habitual para lo que nos tiene acostumbrados) en la que concluía que sí era posible recorrer el Qhapaq Ñan (Camino Inca) de Sisicaya a Nieve Nieve o de Antioquía a Cieneguilla , sin embargo acotó “no la he recorrido toda, sólo hice un muestreo”.
Basado en su prolija investigación del Qhapaq Ñan del valle del Río Lurín y teniendo la espina clavada en el corazón, como un enamorado que es rechazado por su amada, el profeta Carlos volvió a hablar y, tal como lo hace un encantador de serpientes, logró seducir a más de un impetuoso ciclista que, despojado de su instinto de conservación, siempre busca rodar por caminos insólitos por los que fácilmente se logra coquetear con la muerte.
Fue así como, el 20 de diciembre de 2009, Gerson (KeniroBike), Juan, Víctor, Edgar, Daniel y yo decidimos voluntariamente acompañar a Carlos en esta gesta épica de redescubrimiento del Qhapaq Ñan.
En mi lento discurrir hacia la Molina Juan me dio el alcance a la altura de Musa, me saludó discretamente y cuando estuve a punto de devolverle el saludo su magro cuerpo desapareció sobre la etérea estela de sus llantas, que giraban a velocidad insospechada como impulsadas por los demonios pedaleros que se apoderan de él cuando se pone a bordo de su bicicleta.
Cerca de las 8am nos reunimos todos en un mercado cuyo nombre no recuerdo y de ahí partimos todos juntos hacia la avenida Las Palmeras que conduce a Cieneguilla.
Eran las 9.30am cuando arribamos a Río Seco, lugar por donde se accede a la trocha carrozable que conduce a Chontay, Nieve Nieve, Sisicaya y Antioquía. Demoramos un poco porque Daniel andaba a punto del colapso, pues nadie le había explicado bien en qué consistía la aventura, a él sólo le dijeron ¿quieres salir a cletar? y él había respondido ¡vao pe! y así lo engatusaron al pobre, sin embargo, poco a poco, se fue adaptando a nuestro ritmo. En río Seco nos topamos con unos jóvenes que iban a Sisicaya llevando juguetes y a hacer una chocolatada por navidad y como mostraron interés por lo que hacíamos les hablé de nuestra ruta, mientras que ellos auscultaban nuestras cletas apiñadas sobre las columnas de la bodega donde nos habíamos detenido. A tanto interés mostrado les regalé mis stickers para ponernos en contacto, aunque una de ellas ya lo hizo, aún no se ha animado a salir pues todavía no cuenta con el equipo necesario.
A las 11.30am llegamos a Nieve Nieve, lugar donde recién empezaría la aventura. Si bien es cierto que el Qhapaq Ñan (camino Inca) inicialmente comenzaba en Pachacamac y recorría todo el valle del Río Lurín en dirección a Jauja, nosotros habíamos llegado hasta aquí tan sólo para averiguar cómo era el tramo de Sisicaya a Nieve Nieve, pues explorarlo en su totalidad a bordo de un velocípedo sería una empresa bastante descabellada, considerando que hay varios tramos que han sucumbido a la presencia del hombre moderno y al dinamismo del planeta.
Para acceder al Qhapaq Ñan tuvimos que dirigirnos a Sisicaya, lugar cuyo epigrama: “Tierra de mitos y leyendas” deja bien en claro que no es un lugar para fiarse. Camino a Sisicaya nos detuvimos un momento y cuando ya casi todos estábamos reunidos, excepto Víctor, que ya no nos quería ni hablar, el profeta habló: “Vean, es el Qhapaq Ñan, en medio de esa montaña”, -¿dónde?, -¿dónde?, preguntaron los demás; yo apenas lo podía ver o quizá no quería verlo, pues no sabía cómo diablos iba a sortear semejante camino.
Mientras que todos hacían su mejor esfuerzo para identificar el sendero Inca, que se alzaba sobre un precipicio vertical que fácilmente superaba los 100m de altura, yo pude ver los rostros desencajados de Edgar y Víctor, absortos de ver tamaña pendiente, como queriendo escapar raudamente de la presencia de estos ciclo-suicidas cuyo instinto de conservación era apenas un misérrimo recuerdo en los anaqueles de sus confusas mentes. Pero no, no, no había nada más que hacer, arrepentirse ahora, a unos metros del Qhapaq Ñan, era algo que el profeta Carlos y su exegeta Gerson jamás nos lo perdonarían, así que como buenos niños retomamos la rodada a Sisicaya confiando en que todo saldría bien.
En Sisicaya iniciamos la búsqueda del acceso al Qhapaq Ñan, fuimos por el cementerio, pero el intento fue infructuoso,
así que tuvimos que descender hasta un fundo llamado Santa Leocadia, donde una señora le dice a Carlos que es imposible acceder al Qhapaq Ñan, que es demasiado peligroso y que además la zona era propiedad privada, con todo este argumento tuvimos que buscar otro acceso,
pero para mala suerte de todos mi llanta había pinchado así que en un gesto solidario todos se quedaron a esperarme a que yo reparara la avería. Más tarde sucedería lo mismo con Edgar, su llanta trasera quedó hecha una coladera, por lo que tuvimos que esperar aún más tiempo.
Solucionado los problemas, descendimos hasta un lugar llamado Canturillas, en donde un señor casi nos ruega para que desistiéramos de nuestro intento de recorrer en bicicleta el camino Inca, alegó mil razones para desanimarnos, entre huaycos, bestias peligrosas y barrancos que te llevan a la muerte, sin embargo Carlos y Gerson lo convencieron para que nos dejara pasar diciéndole que sólo iríamos a ver y fotografiar el acceso y que pronto retornaríamos por el mismo lugar, ¡pobre señor!, aún seguirá esperándonos o tal vez se andará apretando el corazón de remordimiento por habernos concedido el permiso hacia la muerte.
Tras unos minutos, luego de atravesar por unos matorrales, nos dimos con las faldas de una montaña abrumada de rocas de todo tamaño en aparente desorden natural, unos metros más arriba el Qhapaq Ñan se dejaba atisbar como un delgado hilo gris que iba tomando altura por los precipicios verticales que todos habíamos observado atónitos desde la quietud de la carretera. Entonces nuestros ánimos se enardecieron y nuestras vidas cobraron sentido, pues teníamos frente a nosotros el camino del gran señor.
Ahora sólo había que franquearlo, pero la cosa no sería tan fácil ya que a menos de cien metros la huella de un huayco, con rocas de gran tamaño, intenta mermar nuestro entusiasmo, es en este punto donde Víctor y Edgar claudican y emprenden la retirada, mientras los demás, con la bicicleta al hombro, vamos sorteando una a una las rocas que se interponen a nuestro paso.
Unos minutos más tarde empezamos a rodar por el Qhapaq Ñan, pero sólo por algunos tramos, pues hay varios segmentos que están interrumpidos por grandes piedras o han perecido al paso del tiempo. Sin embargo el solo hecho de recorrerlo, en cleta o a pie (cargando tu cleta), deja una tremenda satisfacción ya que se trata de un legado histórico de los antiguos habitantes del Perú.
Eran las 2pm cuando ya casi habíamos recorrido un tercio del Qhapaq Ñan, en eso una abrupta pendiente casi nos desalienta, sino fuera por Juan y Daniel que fueron a averiguar si había continuación del camino allá arriba el paseíto hubiera terminado aquí, sin embargo Daniel descendió como un ángel de aquel erecto acantilado trayendo la buena nueva para que Gerson, Carlos y yo continuáramos el ascenso, no obstante la mala suerte otra vez se cruzó por mi camino y mi llanta se desinfló, en eso el ángel Daniel se apiadó de mí y me prestó su cámara de repuesto e ipso facto me puse a cambiarla, al borde de un precipicio, a más de 100m de altura sobre la margen derecha del Río Lurín. Solucionado el impase, con mi cleta al hombro, trepé los casi 20m de aquel acantilado en cuya cima me esperaban el profeta, el exegeta, el ángel y el demonio.
Una vez reunidos todos proseguimos caminando y otras veces rodando por los vericuetos desconocidos del Qhapaq Ñan, algunos tramos se presentaban majestuosos, como si el tiempo se hubiera detenido en una tarde en que los Incas llevaban a cabo tamañas proezas. Había que tener cuidado para no desbarrancarse, pues una mala pisada hubiera significado el último movimiento de nuestra insensata vida.


Cerca de dos horas nos tomó recorrer los 2.5km del Qhapaq Ñan que une Sisicaya con Nieve Nieve, es curioso pero dicho camino tiene un acceso justo hacia Nieve Nieve y se une a la carretera a escasos metros del restaurante Don César, donde almorzamos y descansamos a nuestras anchas.
Antes de las 4pm ya habíamos repuesto energías y como casi nadie tenía nada que hacer en lo que restaba del día, salvo Víctor, Edgar y Daniel que se marcharon después del almuerzo, los demás nos fuimos a hurgar los alrededores de Nieve Nieve, donde hallamos unas ruinas situadas en medio de dos elevaciones montañosas, en cuyas laderas se pueden observar unos cubículos similares a trincheras, que daban la impresión que desde allí se observaba algún espectáculo o se había librado alguna batalla. Además bajo la superficie del suelo existen galerías, muchas de las cuales están atiborradas de huesos humanos. Creo que nuestra visita por estas ruinas le dio el valor agregado a nuestro paseo por el Qhapaq Ñan, sobre todo porque vuestro amigo Juan encontró a su pareja, ya que se puso a coquetear con una calavera que le dio sajiro.
A las 5.15pm emprendimos la retirada. Adiós Nieve Nieve, adiós Chontay. A las 6.10pm ya estábamos de vuelta en el óvalo de Cieneguilla y luego de comprar algo para comer y beber nos lanzamos a escalar, a fuerza de puro pedal, el serpentín de Cieneguilla. 48 minutos nos tardó coronar la cima del serpentín, hasta llegar a la bodega Beni. Llegamos completamente a oscuras.
Después de un par de galletas y una gaseosa fresca nos soltamos a rodar en “caída libre” por toda la avenida las Palmeras rumbo a nuestras casas. A las 9pm mi odómetro marcaba 125km de full aventura.
Finalmente lo anunciado por el profeta Carlos se cumplió tal cual como aparece en las sagradas escrituras de su libro Crónicas de un ciclista: "el Qhapaq Ñan de Sisicaya a Nieve nieve ¡EXISTE!", pero si aún te queda una neurona de cordura ¡NO VAYAS!, mejor dedícate al futbol y al tenis y así vivirás para siempre.
Amén.
Ver todas las fotos aquí: http://picasaweb.google.com/ciclotrebud/QhapaqNanDeSisicayaANieve201209#
A las 10.30am del 29 de noviembre de 2009, un bus proveniente de Lima se detiene en el desvío de Chinchan (km 118 de la carretera central, a 4300msnm), cerca del campamento minero Casapalca, a 14 km del Abra de Anticona, más conocido como Ticlio. De él se ve descender seis hombres que rápidamente se aprestan a extraer sus velocípedos de la bodega del bus y luego de revisarlos minuciosamente se disponen a proteger sus cuerpos del imperante frío. Treinta minutos más tarde Armando, Arturo, Julio, Omar, Edwar y Dúbert empiezan a rodar por las empinadas curvas de asfalto que atraviesan las colosales montañas de la cordillera central de los Andes.

A las 11.15am apenas los podía ver a la distancia, sin embargo aquello no era obstáculo para detenerme a observar el paisaje, filmar y tomar fotografías, por nada del mundo me perdería de ver el espectáculo natural que tenía frente a mis ojos, sabía que si no lograba coronar la cima del Anticona, ellos bajarían y regresaríamos todos juntos. Finalmente me quedé solo en la carretera, no sé cómo se fueron tan rápido, será que ¿acaso no les gustaba el paisaje? o será tal vez que mis llantas montañeras eran incompatibles con la ruta propuesta. Yo por mi parte rodé lentamente cuesta arriba y fui observando metro a metro las características de la ruta. A mí particularmente no me pareció tan complicado ascender los 14km de Casapalca a Ticlio, por un momento pensé que el soroche me afectaría, tal cual como me ocurrió cuando hice la ruta al nevado Rajuntay, pero esta vez mi cuerpo se adaptó muy bien a la altura y hasta mi frecuencia cardiorespiratoria se mantuvo dentro de límites compatibles con la vida.
El ascenso se fue dando paulatinamente bordeando cerros color ocre y sorteando cascadas caprichosas de origen celestial. Sobre las cimas montañosas se podía apreciar un espectáculo de nubes como copos de algodón y en lo más alto del cenit un lienzo cóncavo, eternamente azul, mientras que en el nadir los pastizales de Ichu, como primer eslabón de la cadena alimenticia, nos recuerdan que en esta tierra de extremos la vida también es posible.
Hacer un viaje en bicicleta por la puna significa todo un desafío, los principales factores limitantes son: el frío y la baja concentración de oxígeno en el ambiente, lo cual ha generado singulares adaptaciones en los organismos que allí viven, por ejemplo las vicuñas desarrollan una pelambre termoaislante y poseen 14 millones de glóbulos rojos por cada mililitro de sangre, asimismo los humanos que allí viven poseen la piel más gruesa y en su sangre tienen 11 millones de glóbulos rojos por cada mililitro, mientras sus congéneres de la costa llegan sólo a 5 millones de glóbulos rojos por cada mililitro de sangre. Considerando que los glóbulos rojos son pieza clave en la captación de oxígeno del ambiente, las personas de la costa estamos en desventaja, de allí que nuestro cuerpo experimenta una sensación de malestar conocida como soroche, debido a la baja oxigenación de nuestro cerebro, sin embargo millones de receptores sensoriales se activan simultáneamente y envían mensajes a nuestro sistema nervioso para que éste recobre la homeostasis, no obstante este proceso a veces no es tan rápido, razón por la cual algunas personas tardan más tiempo en reincorporarse.
Mientras que Arturo se fue alejando yo retomé mi viaje en solitario, me entregué a la contemplación de las montañas y fui rodando lentamente entre el silencio y el abrupto sonido de un carro que me ponía al margen de la pista. Veinte minutos más tarde el cansancio me obliga a parar y siento que el calor generado por mis piernas ya casi no neutraliza el intenso frío de la puna, así que enseguida me puse en marcha otra vez.

Al principio la llovizna significó para mí un aderezo más de mi inédita aventura; un viaje bajo la lluvia, sobre dos ruedas, en medio de la puna y en solitario, era algo tan inusual que no podía maldecir. Sin embargo el fenómeno atmosférico empezó a arreciar y consideré que tenía que estar más alerta. Unos minutos más tarde el espectáculo de la naturaleza sería sólo para mí, el cielo se puso negro y empezó a llover a cántaros y unos finos cuerpos de nieve empezaron a caer, en ese momento me detuve, me abrigué aún más y empecé a registrar el momento con mi cámara pues era algo que no debía dejar pasar. Las gentes que viajaban en sus carros me observaban extrañados de verme parado allí solo, en medio de una tormenta, en medio de la puna, a 2km de Ticlio, con una bicicleta, filmando y tomando fotografías, “qué tipo para tan anormal”, seguramente habrán dicho. No faltó alguno que se ofreció a llevarme, pero yo respetuosamente le dije que no.
Ahora había que prepararse para hacer el descenso Ticlio-Lima, la cosa no sería nada fácil, las circunstancias eran completamente adversas. Cada uno usó sus mejores prendas para cubrir su cuerpo, habíamos ido preparados para hacer frente a semejante eventualidad. En pocos minutos todos quedamos transformados con los atuendos que habíamos llevado a tal punto que parecíamos chalanes con caballos de paso a punto de bailar Marinera bajo la lluvia serrana. A pesar de que el tiempo apremiaba pudimos tomarnos la foto de rigor bajo ese letrero que dice: Ticlio, lugar turístico, 4818msnm, mientras que Arturo, a punto de colapsar, todavía lograba farfullar moribundos mensajes apurando la partida.
